Wednesday, January 27, 2010

Chile: El Original y la Copia

*Atilio A. Borón

Para la Concertación el triunfo de la derecha (en realidad, de su variante más virulenta: la pinochetista) en las elecciones presidenciales chilenas podría considerarse como un ejemplo más de una “crónica de una muerte anunciada.” La progresiva asimilación del legado ideológico de la dictadura militar por los principales cuadros de la alianza democristiana-socialista hizo que la diferenciación entre la Concertación y los herederos políticos del régimen militar: Renovación Nacional (su ala “moderada”, si es que un “pinochetismo moderado” puede ser otra cosa que un oxímoron) y la Unión Demócrata Independiente, sus batallones más cavernícolas, fuera desvaneciéndose hasta tornarse imperceptibles para el electorado. Fernando Henrique Cardoso -mejor sociólogo que presidente- gustaba repetir a sus alumnos que “a la larga, los pueblos siempre van a preferir el original a la copia.” Y tenía razón. En este caso, el original era el pinochetismo y su heredero: Sebastián Piñera; la Concertación y su inverosímil candidato, la copia.
¿Constituye esto una injusta exageración? Para nada. Oigamos lo que decía Alejandro Foxley, quien entre 1990 y 1994 se desempeñó como Ministro de Hacienda del gobierno de Patricio Aylwin, ni bien inaugurada la “transición democrática”. En ese cargo Foxley se esmeró en preservar y profundizar el rumbo económico impreso por la dictadura. Senador por la Democracia Cristiana entre 1998 y 2006 y Ministro de Relaciones Exteriores del gobierno de Michelle Bachelet entre el 2006 y el 2009, toda su actuación pública estuvo marcada por una incondicional sumisión a las orientaciones establecidas por Washington y sus representantes locales en Chile.
Este altísimo personero de la Concertación declaraba en Mayo de 2000 que “Pinochet realizó una transformación, sobre todo en la economía chilena, la más importante que ha habido en este siglo. Tuvo el mérito de anticiparse al proceso de globalización... Hay que reconocer su capacidad visionaria (para) abrir la economía al mundo, descentralizar, desregular, etc. Es una contribución histórica que va perdurar por muchas décadas en Chile... Además, ha pasado el test de lo que significa hacer historia, pues terminó cambiando el modo de vida de todos los chilenos para bien, no para mal. Eso es lo que yo creo, y eso sitúa a Pinochet en la historia de Chile en un alto lugar” [1]. ¡Pinochet visionario, Pinochet creador del Chile moderno, Pinochet cambiando a Chile, para bien! Los horrores del pinochetismo con su secuela de miles de muertos, desaparecidos, torturados, asesinados, las libertades conculcadas, el terrorismo de Estado y la violación sistemática de los derechos humanos: todo es mañosamente invisibilizado en la sofistería del tecnócrata “progresista”.
Con dirigencias que sostenían un discurso como éste (que muchos compartían si bien pocos se atrevían a manifestar con tanto descaro) y con políticos que, en muchos casos, fueron abiertamente golpistas y facilitadores del zarpazo que perpetraría Pinochet en 1973 (cosa que algunos parecen haber olvidado), ¿podía la Concertación ser creíble como una alternativa superadora del pinochetismo? En realidad, lo que habría que encontrar es la razón por la cual la ciudadanía chilena no se decidió mucho antes a sustituir la copia por el original.
Pero la continuidad entre el pinochetismo y sus sucesores “democráticos” no se verifica sólo en la admiración, abierta o vergonzante, por la obra y el legado histórico de Pinochet. También se demuestra en las políticas económicas “pro mercado” y “pro inversión” (y, por lo tanto, “antijusticia y antiequidad”) implementadas por la Concertación a lo largo de dos décadas y en el supersticioso respeto por la Constitución de 1980, una obra maestra del autoritarismo y formidable barrera contra cualquier pretensión seria de democratizar la vida política chilena. En sus treinta años de vida ese cuerpo constitucional sólo experimentó reformas marginales, la más importante de las cuales fue la reducción del mandato presidencial a cuatro años y la imposibilidad de una inmediata reelección. Pero la camisa de fuerza que esclerotizó un sistema partidario que en las elecciones del pasado domingo terminó de morir, el régimen binominal, permaneció incólume al igual que las escandalosas prerrogativas de unas fuerzas armadas que, aún hoy, distan mucho de estar supeditadas al poder civil [2]. Esa Constitución hace que Chile incurra en un exorbitante gasto militar, varias veces superior, por ejemplo, al de Venezuela, cuya cuantía desvela los sueños de la Secretaria de Estado Hillary Clinton.
Con el triunfo de Piñera el sistema partidario urdido por el régimen pinochetista fue herido de muerte. La implosión de la Concertación parece ser su destino inexorable, y con ello el fin de su espurio bipartidismo. Una parte importante de la democracia cristiana se acercará al nuevo gobierno mientras que otro sector procurará encontrar un difícil y poco promisorio camino propio. No muy diferentes son las perspectivas que enfrenta el socialismo chileno, escindido entre un sector mayoritario que se adhirió sin reservas al neoliberalismo y otro, muy minoritario, que aún conserva una cierta fidelidad al noble legado de Salvador Allende, que debe de estar revolcándose en su tumba al ver lo que hicieron sus supuestos herederos políticos. El futuro del PS no parece muy distinto del que tuvo en su momento el Partido Radical chileno, poderoso en los años treinta y cuarenta para luego languidecer hasta su completa irrelevancia. Veinte años de gobiernos “progresistas” no fueron suficientes para consolidar un bloque histórico alternativo, pero lograron unificar a una derecha que ahora se enseñorea de la vida política del país, completando exitosamente un tránsito desde el predominio económico-financiero -fomentado por las políticas económicas de sus predecesores en La Moneda- hacia la preeminencia política.
La supremacía derechista se verá facilitada por la descomposición del polo del “centro izquierda” y su atomización en varios partidos, ninguno de los cuales, al menos hoy, tendría condiciones de desafiar la hegemonía de la derecha. Queda por ver de qué forma reaccionará el heterogéneo espacio político que se encolumnó tras la candidatura de Marco Enríquez Ominami, cuyo desempeño en la primera vuelta electoral barrió con todos los pronósticos alcanzando un notable 21 por ciento de los votos, principalmente de los jóvenes. Un dato nada menor que habla con elocuencia de la frustración ciudadana es el desinterés por la política de los jóvenes: se calcula que unos tres millones y medio de ellos no se registraron para votar, desalentados por la despolitización que la Concertación promovía en la gestión de los asuntos públicos. De haberlo hecho, los resultados del pasado domingo bien podrían haber sido diferentes, pero esto ya es un ejercicio contrafactual que no viene al caso proseguir aquí. A guisa de ejemplo: en el rico distrito de Las Condes se registró para votar algo más del cincuenta por ciento de los jóvenes entre 18 y 19 años. En cambio, en la comuna obrera de La Pintana sólo 300 de los más de 8.000 jóvenes que allí viven hicieron lo propio, es decir, poco más del 3 por ciento. En resumen: Chile tiene un electorado envejecido, cada vez más conservador, con pocos jóvenes que, además, sobrerepresentan a los sectores más acomodados de la sociedad chilena [3].
La derrota de la Concertación pone de manifiesto los límites del llamado “progresismo”, una suerte de tercera vía que habiendo fracasado estruendosamente en Europa –sobre todo en el Reino Unido y Alemania- procuró, sin éxito, tener mejor suerte en América Latina. Lo que caracteriza a los gobiernos de ese signo político es su incondicional sometimiento a las fuerzas del mercado y la debilidad de su vocación reformista, carente de la osadía necesaria para traspasar las fronteras trazadas por el capitalismo neoliberal. Una de las claves para entender las desventuras electorales del centro izquierda en esta parte del mundo la ofrece la dispar fortuna que la separa de los gobiernos que emprendieron con decisión el camino de las reformas -sociales, económicas e institucionales- como Venezuela, Bolivia y Ecuador. Mientras que éstos parecen ser máquinas imparables de ganar elecciones por cifras abrumadoras, en Chile el progresismo ha sido derrotado al paso que en la Argentina y Brasil se enfrenta a la eventualidad de ser desalojado del poder en los próximos recambios presidenciales. Conclusión: si un gobierno quiere ser ratificado en las urnas el camino más seguro es avanzar sin dilaciones ni titubeos por el camino de las reformas y, de ese modo, cristalizar una base social de apoyo popular que le permita triunfar en las contiendas electorales. Quienes no estén dispuestos a seguir este curso de acción pavimentan con su claudicación el camino para la restauración de la derecha.
Una última consideración: la derrota de la Concertación gravitará y mucho en el escenario sudamericano. Las cosas se pondrán más difíciles para los gobiernos de Venezuela, Bolivia, Ecuador y Cuba; la ampliación del MERCOSUR con la plena incorporación de Venezuela sufrirá renovados tropiezos, si bien no de manera directa puesto que Chile no es miembro pleno de ese acuerdo; y con el triunfo de Piñera el bloque derechista controla, con la honrosa excepción del Ecuador, todo el flanco del Pacífico latinoamericano. Además, el “efecto demostración” del desenlace electoral chileno podría llegar a ejercer un cierto (y negativo) influjo sobre las elecciones presidenciales de octubre de 2010 en Brasil y las que tendrán lugar el año siguiente en Argentina, en ambos casos dando pábulos a los candidatos de la derecha.
Por otra parte, la belicista contraofensiva imperial de Estados Unidos (Cuarta Flota, bases militares en Colombia, golpe en Honduras, reconocimiento de las fraudulentas elecciones de ese país, etcétera) contará a partir de marzo con un nuevo aliado, liberado de cualquier compromiso, aunque sea retórico, con el proyecto emancipatorio latinoamericano. Hay que recordar que aún bajo los gobiernos “progres” de la Concertación el papel que éstos desempeñaron fue siempre el de un operador privilegiado de Washington en América del Sur . En la Cumbre de Mar del Plata que culminó con el naufragio del ALCA las voces cantantes a favor de ese acuerdo fueron las de Ricardo Lagos y Vicente Fox, bajo la complacida mirada de George W. Bush. Ahora esa tendencia “aislacionista” -y, en el fondo, antilatinoamericana- se acentuará aún más, revirtiendo una profunda vocación latinoamericana que Chile supo tener y que bajo la presidencia de Salvador Allende llegó a su apogeo. Pero ese país ha cambiado, “para bien” como lo recordaba el ex Canciller de la Concertación y hoy es el verdadero campeón del neoliberalismo, título ganado entre otras cosas mediante la firma de tratados bilaterales de libre comercio que regulan sus relaciones económicas con más de 70 países.
Desde la época de la dictadura militar el desdén de La Moneda por América Latina ha sido proverbial y continúa hasta el día de hoy. Una muestra rotunda de este desinterés la brinda el hecho de que Chile prefiere importar petróleo desde Nigeria antes que hacerlo desde Venezuela o llegar a un acuerdo con Bolivia. Hace apenas un par de días Sebastián Edwards, uno de los publicistas del neoliberalismo latinoamericano y seguramente futuro consultor del nuevo gobierno, ratificaba la vigencia de la doctrina pinochetista diciendo que “económicamente nuestro futuro está en el mundo y no en América Latina. Debemos dejar de compararnos con nuestros vecinos. América Latina es nuestra geografía; nuestras aspiraciones deben ser llegar a ser como los países de la OCDE” [4]. Por eso los necesarios procesos de integración supranacional actualmente en marcha en América Latina -desde el MERCOSUR hasta la UNASUR, pasando por el Banco del Sur y otras iniciativas semejantes que el imperio invariablemente se ha esmerado en postergar o desbaratar- no habrán de cobrar nuevos bríos con Piñera instalado en La Moneda.
Con Frei las cosas no hubieran sido muy diferentes, pero al menos éste tenía un vago compromiso con el electorado que en el caso de su contendiente no existe. Lo que hay detrás de Piñera, en cambio, es la rabiosa gritería de sus partidarios celebrando la victoria de su candidato con imágenes y bustos de Pinochet y cánticos exhortando a acabar de una buena vez con los “comunistas” infiltrados en el gobierno de la Concertación. Nada nuevo bajo el sol. La década no podía haber comenzado peor. Más que nunca en tiempos como estos adquiere vigencia, para quienes quieren cambiar un mundo que se ha vuelto insoportable y no solo insostenible, aquel sabio consejo de Gramsci: “pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad”.

Notas:
[1] Cf. Cosas, 5 de Mayo del 2000. Reproducido en Marcos Roitman Rosenmann, Pensar América Latina. El Desarrollo de la sociología latinoamericana (Buenos Aires : CLACSO, 2008)
[2] Sobre el carácter eternamente inconcluso de las transiciones democráticas en América Latina remitimos al lector a nuestro Aristóteles en Macondo. Notas sobre el fetichismo democrático en América Latina (Córdoba: Ediciones Espartaco, 2009)
[3] Ver “ El espejismo del voto voluntario”, que Qué pasa?, http://www.quepasa.cl/articulo/19_1944_9_2.html
En ese mismo reporte se consigna que “los investigadores chilenos Alejandro Corvalán y Paulo Cox concluyen que la proporción de jóvenes chilenos del quintil más pobre, entre 18 y 19 años, que se inscribe en los registros electorales, es la mitad de la que lo hace en el quintil más rico.”
[4] Cf. El Mercurio, Martes 19 de Enero de 2010, p. B-14.
*El autor es Sociólogo y Académico en el Programa Latinoamericano de Educación a Distancia en Ciencias Sociales, de la Universidad de Buenos Aires. El artículo fue publicado originalmente en el periódico digital Rebelión.

*El autor es Sociólogo y Académico en el Programa Latinoamericano de Educación a Distancia en Ciencias Sociales, de la Universidad de Buenos Aires. El artículo fue publicado originalmente en el periódico digital Rebelión.

Sunday, January 24, 2010

La Derrota del 17 de Enero

Por Rolando H. Vergara
La noticia llegó escueta, Piñera electo Presidente con el 51.60% de los votos. Después de 20 años en el poder la Concertación de Partidos por la Democracia se revuelca, en estos días, en su propia soberbia y muerde el polvo de la derrota.
Ninguna de sus argucias, como esa de que “hay que parar a la derecha” o que “somos el progresismo” dieron resultado. Los socios útiles provenientes de la izquierda claudicante, en particular, del Partido Comunista y su “Juntos Podemos” que pactaron con anticipación votar por Eduardo Frei tampoco pudieron salvarla. La carta del “mal menor” -éticamente ya insostenible- que la Concertación tenía escondida en su manga y que la sacó de apuros en ocasiones anteriores, esta vez igualmente, no sirvió de nada. La frustración y la indignación ciudadana acumulada en estos 20 años, hicieron oído sordo a las promesas de última hora y al chantaje y terminaron por mandar al museo de la historia a la agonizante coalición política y su candidato.
La derrota del 17 de enero se veía venir después del estrepitoso desastre electoral de Freí en la primera vuelta. ¿A quiénes van a culpar ahora de la derrota? Van a culpar a los más de 3 millones de jóvenes que no se inscribieron, a ME-O, a los indiferentes que no se tomaron la molestia de ir a sufragar, o aquellos ciudadanos que postularon legítimamente la opción del voto nulo?
La derrota política irrecusable representa, sin dudas, el rechazo categórico a las políticas de sus distintos gobiernos. Desde Patricio Aylwin hasta Michelle Bachelet, la Concertación no hizo otra cosa que administrar y consolidar, con bastante éxito, la institucionalidad económica y política heredada de la dictadura.
Es una realidad incuestionable que la Constitución de 1980 y todas las leyes fundamentales que rigen el sistema económico, político, social y cultural de nuestro país fueron impuestas por la dictadura, tales como las leyes que limitan el rol del estado en la economía, que conculcan los derechos laborales y sindicales de los trabajadores, o aquellas que convirtieron en un negocio la salud, la educación y la previsión social de los chilenos. Ninguno de los cuatro gobiernos impulsó reformas profundas destinadas a cambiar los pilares esenciales de la democracia tutelada y el modelo neoliberal.
Desde el inicio se vistieron con el mismo traje neoliberal, sustentaron las mismas ideas y aplicaron las mismas recetas políticas, llegando con el tiempo a parecerse tanto a la derecha que a la hora decisiva de votar, la gente no supo distinguir quien era quien. Los ciudadanos no percibieron ninguna diferencia entre la derecha concertacionista y la extrema derecha pinochetista.
La derrota del “17” expresa también un profundo descontento de los pueblos y los trabajadores quienes han sufrido las consecuencias de los distintos gobiernos. El modelo económico chileno, publicitado como el paradigma de desarrollo para América Latina, sin dudas ha generado una gran riqueza, pero esta se ha concentrado en las manos de unos pocos grupos económicos y se ha logrado a costa de la explotación indiscriminada de los recursos naturales y de los trabajadores. El sistema capitalista globalizado por condición intrínseca produce una creciente desigualdad en la distribución de la riqueza.
Se puede afirmar, inequívocamente, que uno de los legados más nefastos de las dos décadas de gobiernos concertacionistas, según diversos estudios de organismos nacionales e internacionales, es la enorme desigualdad en la distribución de la riqueza. Chile es considerado uno de los países más desiguales del mundo, donde el 10 % más rico de la población chilena se lleva el 41,7 % del ingreso nacional, mientras el 10 % más pobre recibe sólo el 1,6%. Las tremendas utilidades de las grandes empresas y la banca, no tienen ninguna relación con los salarios medios de los trabajadores chilenos, con su precaria calidad de vida y sus escasa seguridad social.
Algunos señalaron que la izquierda responsable debía votar por Freí en la segunda vuelta. En otras palabras, eso significaba que era responsabilidad de la izquierda salvar una coalición política que se esmeró en consolidar la versión más salvaje del capitalismo, que creó niveles extremos de desigualdad económica, que entregó gran parte de los recursos naturales a la voracidad del capital transnacional y que privatizó casi todos los bienes que son de todos los chilenos. ¿De donde sacaron que podría ser responsabilidad de la izquierda auxiliar a una coalición política que rescató a Pinochet en Londres e impidió que la justicia chilena lo juzgara por sus crímenes, y que ha reprimido de manera brutal los movimientos sociales y al pueblo Mapuche?
Absolutamente no. No ha sido ni será jamás misión de la izquierda consecuente salvar a defensores del capitalismo, a quienes excluyen, oprimen y explotan a la mayoría de los chilenos.
La derrota del “17” fue responsabilidad única y exclusiva de la inepcia y falta de visión de los actores políticos concertacionistas.

Nota:El autor es Profesor e Investigador del Latin American Research Institute (LARI).

Saturday, January 23, 2010

El Retorno de la Derecha en Chile

por Nieves y Miro Fuenzalida.

¿Por qué la derecha ha vuelto al poder en Chile? Lo primero que a uno se le ocurre es que este resultado no es del todo sorprendente porque solo confirma la nueva realidad política del continente después del término de la etapa de gobiernos dictatoriales y autoritarios. Las últimas dos décadas han mostrado que los gobiernos de izquierda no han sido eventos singulares o victorias aisladas, sino parte de un limitado proceso democrático en desarrollo que su participación no pone en peligro. Tanto la izquierda que reemplaza la herencia de la ideología leninista de la revolución Bolchevique por el pragmatismo y la moderación y la izquierda basada en símbolos nacionalistas y populistas del pasado que apela a los pobres con retóricas inflamatorias y programas de re-distribución financiados por la expansión fiscal son predominantemente moderadas. A pesar de la retórica revolucionaria que las diferencia, son más homogéneas y menos radicales de lo que uno podría creer.
A diferencia de los tiempos pasados la izquierda en Chile y en todos los países latinoamericanos han optado, libre y concientemente, a participar en el juego electoral abandonando la vía violenta o la ideología revolucionaria al re-organizar las fuerzas laborales y las organizaciones cívicas y partidistas con miras a la victoria electoral. Este significativo cambio estratégico ha ocurrido gradualmente después del periodo de re-democratización. Para nadie es un misterio que esta moderación política surge como producto de esta transición pactada a la democracia cuyo principal objetivo era la marginalización de la izquierda. El peligro de ir demasiado a la izquierda fue internalizado por el electorado y los grupos progresistas que reconocieron que el apoyo a candidatos centristas podría asegurar el restablecimiento de las instituciones democráticas y evitar el retorno del autoritarismo (Chile, Brasil). Este modelo creo las condiciones para el surgimiento de las victorias de la izquierda cuando gobiernos de centro derecha fracasan en su actuación y, especialmente, cuando el electorado se siente mas seguro de la estabilidad de las instituciones democráticas. La izquierda triunfa porque las elites gobernantes han fracasado en la re-distribución de las riquezas. El problema es que una vez en el poder, la integración de la economía internacional y el predominio del neo-liberalismo han limitado a la izquierda a llevar a cabo políticas socialistas o de re-distribución radical que, en el pasado, fueron la causa que instigaran a la derecha a los golpes militares. Las políticas neol-iberales son anatema para la izquierda, porque han sido un fracaso en el alivio de la pobreza, la re-distribución y el desarrollo humano. Otros sectores, en cambio, reconocen que las políticas neo-liberales han sido capaces de controlar la hiper-inflación y lograr un moderado crecimiento económico. Los gobiernos de izquierda inclinados a desafiar las políticas neol-iberales se ven obligados a evitar, si quieren mantener la coalición, provocar serios problemas macro-económicos o la vuelta de la inflación. La integración económica internacional, además, constriñe a los gobiernos que dependen del libre intercambio y del capital internacional a perseguir políticas que podrían amenazar el flujo de capitales. El caso de Venezuela es ilustrativo, porque muestra cuan difícil es para los gobiernos de la izquierda escapar a los dictados del orden económico internacional. Las reservas de petróleo y su alto precio lo hacen el único país latinoamericano con una fuente de riqueza verdaderamente independiente que le da a Chavez cierta capacidad de movilidad política comparado con los otros, que al no tener esa riqueza, se les hace difícil desafiar de manera significativa el sistema económico regional. Solo que cuando el precio del petroleo baja Chávez enfrenta graves problemas. Evo Morales, por otro lado, incluso con su limitado poder negociador que le dan sus reservas de gas natural, se ha visto forzado a moderar sus aspiraciones anti-neoliberales y es difícil que podamos ver allí un rompimiento radical con el sistema neo-liberal.
Si las circunstancias que han hecho posible el viraje a la izquierda (desigualdad, movilización de masas) son características constantes del continente, no hay razón, entonces, para pensar que la participación de la izquierda en los procesos electorales es algo transitorio, lo que indica una transformación significativa en su actuación política. La izquierda no siempre ganara, como hoy en Chile, pero permanecerá como una fuerza competitiva por un largo tiempo. Su futuro dependerá de su habilidad para balancear las necesidades pragmáticas de moderacion y el imperativo moral a perseguir estrategias que lleven a la disminución de la pobreza, la distribución y el desarrollo. La izquierda chilena volverá porque el futuro político de Chile será la administración alternativa del capital entre la derecha y la izquierda.
¿Significa esto que la conclusión que debemos extraer es que la izquierda se ha resignado a aceptar este arreglo social como el único sistema social posible, al abandonar cualquier intento real de reemplazar el régimen capitalista liberal existente? Hubo un tiempo en que podíamos entender claramente lo que Marx significaba cuando hablaba de reemplazar el régimen capitalista, porque lo hizo explicito tantas veces. Y lo mismo, Lenin y Trotsky. Pero hoy día ¿Qué significa la lucha por cambiar el capitalismo? ¿La imposición de la dictadura del proletariado? ¿La socialización de los medios de producción y la abolición de los mecanismos del mercado? ¿O se postula otro modelo social alternativo? ¿Y cual seria la estrategia política para lograrlo? Lo cierto es que no sabemos con claridad lo que la actual retórica revolucionaria propone. Y sin esta claridad elemental el electorado solo tiene estas dos alternativas. Sin empezar a responder estas cuestiones las posturas anticapitalistas son vacías y no significan absolutamente ninguna cosa... ¿O… lo que realmente se tiene en mente, en cambio, es algo distinto a esto, como por ejemplo, el cambio del modelo económico neo-liberal y la introducción de regulaciones estatales y control democrático de la economía para disminuir o evitar los peores efectos de la globalización? Si es esto ultimo, entonces, de lo que estamos hablando no es de revolución, sino de algo diferente.

Nota: Los autores son escritores y docentes chilenos residentes en Ottawa.