Saturday, February 23, 2008

Fidel Ganó la Batalla

Por Manuel E. Yepe

El desenlace de esta historia no ha podido ser más frustrante e inesperado para los enemigos del proceso revolucionario cubano; ni más prometedor para sus héroes: el pueblo de Cuba.
En realidad, la trama dramática fue creada por la maquinaria propagandística del imperio que pretendía imponer un final de su conveniencia para la épica insistencia de los cubanos por labrarse un presente soberano, justo y digno.
Pero, nada de finales apocalípticos augurados en forma de muerte violenta del líder, levantamientos militares o alzamientos armados.
Nada de rendición forzada mediante aislamiento diplomático, bloqueo económico, protestas callejeras, condena internacional o ruina financiera.
Se aferraron en los últimos tiempos a la muerte o invalidación del líder por causas naturales o accidentales como vía para lograr sus propósitos, cuando fracasaron dilapidando muchos millones de dólares con el financiamiento de disidentes; campañas difamatorias en todo el mundo; transmisiones contrarrevolucionarias por radio, televisión y otros medios; robo de talentos, y otras medidas que movían a indignación y a unidad popular más que a descontento.
Gastaron toneladas de papeles en planes para una imposible transición al capitalismo en los que, a cambio de gruesos pagos, se agenciaron las neuronas de muchos bien remunerados talentos -menores y mayores-, todos concientes de la inutilidad del empeño.
Mientras el imperio condicionaba cada vez más la ofensiva a cargo de sus órganos de inteligencia a los objetivos electorales del partido en el gobierno, el líder revolucionario cubano manejaba -no obstante sus limitaciones físicas-, el curso, el ritmo y el carácter de los acontecimientos con tal sabiduría que cada acción enemiga se revertía contra sus promotores.
El mensaje al pueblo cubano de Fidel Castro, en el que anuncia su decisión de no aspirar ni aceptar la renovación de sus funciones como Presidente del Consejo de Estado y Comandante en Jefe, ha significado la coronación exitosa de otra batalla de la revolución cubana contra sus enemigos, porque se logró imponer el orden constitucional cubano, el que el pueblo se ha dado por propia voluntad, sin sumisión a poderes extraños.
Por muchos meses, a partir de los graves problemas de salud que asaltaron a Fidel Castro, el imperio impuso una campaña mediática en torno a su reemplazo en el cargo de Jefe del Estado cubano, con especulaciones de todo tipo acerca de cómo podría y cómo debía ser la sucesión. Ignoraban deliberadamente que la revolución en Cuba hacía tiempo que había alcanzado niveles de institucionalidad y organización suficientes para resolver ese problema jurídico, no tan complejo técnicamente como grave desde el punto de vista de la seguridad de la nación.
Pero, ni siquiera fue necesario someter a la institucionalidad cubana a esta prueba, gracias a la conciencia de su papel en la revolución de que dio muestra Fidel, la disciplina con que asumió el proceso de recuperación y la identificación popular con su liderazgo.
Una vasta mayoría del pueblo cubano ha desarrollado una confianza tal en su líder revolucionario durante tanto tiempo que al conocer directamente de él que, con pleno dominio de su mente, tomaba la decisión de no continuar en el desempeño de su cargo, lo aprobó sin objeciones.
Muchas lágrimas han corrido por las mejillas de cubanas y cubanos al conocer de esta determinación de su máximo guía revolucionario, en quien aprecian al héroe de todas las victorias y honores que la nación ha alcanzado en el último medio siglo. Pero han aceptado esto como la mejor solución ¡porque lo dijo Fidel!
Los aires que se respiran en toda Cuba son de gran confianza en el futuro de la revolución porque el propio Fidel ha proporcionado seguridades de que el país cuenta con cuadros de dirección con la autoridad y la experiencia necesarias para garantizar el reemplazo, así como con la capacidad de seguir generando otros nuevos que garanticen la continuidad del proceso revolucionario.
Al gobierno de los Estados Unidos le ha preocupado mucho la continuidad de la revolución cubana desde que se avizoraba la derrota de la sangrienta tiranía de Batista que Washington respaldó hasta su derrocamiento el primero de enero de 1959.
Siempre Estados Unidos ha pretendido ignorar que el actual fenómeno político cubano forma parte de un proceso revolucionario iniciado a mediados del siglo XIX que hoy tiene al frente a Fidel Castro como antes tuvo a José Martí y a otros próceres. El Partido Comunista de Cuba es continuidad del Partido Revolucionario Cubano fundado por José Martí como organización aglutinadora de todos los cubanos para la lucha por la independencia de España y para evitar la absorción del país por los Estados Unidos.
Fidel continuará de cualquier manera al frente de la revolución, de la misma forma que lo ha estado José Martí en todo momento.
Fidel estará presente en la acción y la conducción de Raúl Castro, porque ellos son la misma persona, no por clonación, sino porque raíces revolucionarias y patrióticas comunes identifican sus proyecciones políticas e ideales y su ascendencia en el proceso revolucionario y popularidad derivan de sus méritos en la lucha, siempre en la primera línea de combate desde los tiempos del ataque al cuartel Moncada en 1953.
Fidel seguirá al mando porque son muchos miles los cuadros revolucionarios que no aceptarían la capitulación ni otra línea que la de la revolución consecuente hasta el final que él ha enseñado.
Fidel permanecerá en la proa de la revolución de todos los cubanos, porque ahora hay en Cuba un pueblo educado, culto, sano y patriótico, dispuesto a cultivar la unidad y la solidaridad en aras de mantener y defender la independencia, la identidad cultural y la justicia social logradas en el último medio siglo.
Cuando me preguntan qué cambios sobrevendrán en Cuba a partir de los que disponga la Asamblea Nacional el 24 de febrero de 2008, a la luz del reciente Mensaje de Fidel, respondo que espero: ¡Uno muy grande! Porque la revolución contará, desde entonces, con el intelecto del más destacado dirigente revolucionario de nuestros tiempos, liberado de responsabilidades operativas y de cargas administrativas, enteramente dedicado a servir a la causa con su talento prodigioso.
Nota: El autor es abogado, economista y profesor del Instituto Superior de Relaciones Internacionales de la Habana.

La Nueva Izquierda en América Latina

Nieves y Miro Fuenzalida.

Mientras la izquierda brilla por su ausencia en la mayor parte del mundo en América Latina, en cambio, ha resurgido asombrosamente. O, a lo menos, eso es lo que pareciera. Venezuela (1998), Chile (2000 y 2006), Brasil (2002), Argentina (2003), Uruguay (2005), Bolivia (2006), Perú (2006), Nicaragua (2006) y Ecuador (2006). Y con gobiernos de centro izquierda la Republica Dominicana, Haití y Honduras. Esto no tiene precedencia, considerando que en el pasado la izquierda raramente lograba la victoria y cuando lo hacia terminaba en desastre. La noción de que la vuelta de la izquierda es explicable solo como eventos singulares o victorias aisladas es difícil hoy de sostener, incluso, considerando las agudas diferencias en sustancia y estilo entre Bachelet y Chávez. Entre una izquierda surgida del comunismo, la revolución Bolshevique, la identificación con la revolución cubana de Fidel Castro, leninista en su ideología y que, sorpresivamente, hoy día se vuelve hacia el pragmatismo y la moderación y la otra izquierda basada en símbolos nacionalistas y populistas del pasado que apela a los pobres con retóricas inflamatorias y programas de redistribución financiados por la expansión fiscal. Sin embargo, estas diferencias entre una izquierda social demócrata moderada y una izquierda populista, radical y peligrosa, aunque reales, no deben ser exageradas. Tanto una como la otra son predominantemente moderadas. Chávez, a pesar de que es el único presidente populista que activamente sobrepasa las fuentes independientes de autoridad institucional y prefiere sustentar su poder político en una conexión carismática y paternalista con las masas no es un peligro para el sistema de mercado capitalista. El resto, incluyendo Evo Morales de Bolivia, actúan dentro de los constreñimientos legales y muestran poco interés en personalizar y concentrar el poder político. La izquierda latinoamericana es más homogénea y menos radical de lo que la retórica revolucionaria de algunos podría indicar.
La característica más sobresaliente del continente es la desigualdad. En mayor o menor medida todos los países contienen desigualdades económicas y sociales. Pero es aquí, desde el Río Grande a la Patagonia, en donde encontramos las desigualdades más grandes del mundo. En Argentina, Chile y México esta es comparable a la de Nigeria, Zimbabwe y Malawi. Solo que el GDP per capita de los tres primeros excede el de estos últimos por una gran magnitud (Gini coefficients) (Brasil US$12000, México US$10000, Chile US$9000, Nigeria US$1050, Zimbabwe US$2400 y Malawi US$600…UNDP Report, 2005). A través del mundo la desigualdad tiende a disminuir cuando los países se hacen más ricos. Pero este modelo no es aplicable a Latino América. En todos, excepto Jamaica, la desigualdad excede las predicciones basadas en niveles de riqueza, incluso cuando la evidencia disponible indica que la actividad macroeconómica ha sido relativamente buena en los recientes años, la situación permanece invariable. Si damos por supuesta la existencia de instituciones democráticas y elecciones libres el triunfo de la izquierda pareciera tener una explicación obvia. La izquierda triunfa porque las elites gobernantes han fracasado en la re-distribución de las riquezas.
La desigualdad por si sola, por supuesto, no explica toda la historia. El factor adicional es la naturaleza de la movilización de masas. La desigualdad se transforma en triunfo electoral para la izquierda solo en los países que históricamente han tenido una organización basada en la movilización de masas (organizaciones obreras o movimientos sociales de izquierda como los que encontramos en Brasil, Argentina, Uruguay y Chile o partidos políticos indígenas surgidos de los movimientos sociales de los 90s como en Ecuador y Bolivia) En algunos países las organizaciones estructurales de la izquierda tienen profundas raíces históricas y en otros solo surgen a partir de la redemocratización. Lo común a todos ellos, sin embargo, es que el desarrollo de las estructuras de movilización de masas preceden las victorias electorales por lo menos en una década.
A la desigualdad y las organizaciones de masas es necesario agregar un tercer factor el cambio gradual de táctica de la izquierda debido a las limitaciones impuestas por pactos o por la naturaleza de los acuerdos llevados a cabo durante el periodo de las transiciones. A diferencia de los tiempos pasados la izquierda en todos los países latinoamericanos ha optado, libre y concientemente, a participar en el juego electoral abandonando la vía violenta o la ideología revolucionaria al reorganizar las fuerzas laborales y las organizaciones cívicas y partidistas con miras a la victoria electoral. Este significante cambio estratégico ha ocurrido gradualmente después del periodo de redemocratización. Es cierto que muchos de los movimientos sociales a través de la región permanecen comprometidos con formas de protestas controversiales (huelgas, demostraciones, bloqueos de caminos, tomas de edificios públicos). Pero estas protestas son vistas ahora como una forma legitima del sistema democrático y no como un desafío directo a él. Más aun, estas estrategias son usadas, cada vez más, en conjunto con participaciones electorales y no como una alternativa a él. Esta moderación política surge como producto de esta transición pactada a la democracia cuyo principal objetivo era la marginalización de la izquierda. El peligro de ir demasiado a la izquierda fue internalizado por el electorado y los grupos progresistas que reconocieron que el apoyo a candidatos centristas podría asegurar el restablecimiento de las instituciones democráticas y evitar el retorno del autoritarismo (Chile, Brasil). Este modelo ha durado entre dos a tres términos presidenciales y ha preparado el estadio para el surgimiento de las victorias de la izquierda cuando la administración de centro derecha fracasa en su actuación y, especialmente, cuando el electorado se siente mas seguro de la estabilidad de las instituciones democráticas. Claro que seria ingenuo creer que los golpes militares son cosas del pasado (Venezuela, 2002, Ecuador, 1997, 2000 y 2005). Solo que hoy hay una diferencia en la forma en que el poder tradicional, incluyendo los militares, reaccionaban en el pasado y como pueden reaccionar hoy día. Las normas internacionales de respeto por la democracia, o al menos por procesos electorales, son cada vez más fuertes en la región haciendo los golpes de Estado más difíciles. Por otro lado, la integración de la economía internacional y el predominio del neoliberalismo han limitado a la izquierda, una vez en el poder, a llevar a cabo políticas socialistas o de redistribución radical que, en el pasado, fueron la causa que instigaran a la derecha a los golpes militares.
Las políticas neo-liberales son anatema para la izquierda, porque han sido un fracaso en el alivio de la pobreza, la redistribución y el desarrollo humano. Otros sectores, en cambio, reconocen que las políticas neoliberales han sido capaces de controlar la hiper inflación y lograr un moderado crecimiento económico. Los gobiernos de izquierda inclinados a desafiar las políticas neoliberales se ven obligados a evitar, si quieren mantener la coalición, provocar serios problemas macro económicos o la vuelta de la inflación. La integración económica internacional, además, constriñe a los gobiernos que dependen del libre intercambio y del capital internacional a perseguir políticas que podrían amenazar el flujo de capitales. El caso de Venezuela es ilustrativo, porque muestra cuan difícil es para los gobiernos de la izquierda escapar a los dictados del orden económico internacional. Las reservas de petróleo y su alto precio lo hacen el único país latinoamericano con una fuente de riqueza verdaderamente independiente que le da a Chávez cierta capacidad de movilidad política comparado con los otros, que al no tener esa riqueza, se les hace difícil desafiar de manera significativa el sistema económico regional. Evo Morales, por ejemplo, incluso con su limitado poder negociador que le dan sus reservas de gas natural, se ha visto forzado a moderar sus aspiraciones anti neoliberales y es difícil que podamos ver allí un rompimiento radical con el sistema neoliberal lo que nos deja, al final del día, con una curiosa situación. Es un lugar común entre los analistas sociales de que existe una alta correlación entre desigualdad económica y gobiernos antidemocráticos. La paradoja del continente Latinoamericano es que la desigualdad no solo coexiste con la democracia, sino que es su condición.
Si las circunstancias que han hecho posible el viraje a la izquierda (desigualdad, movilización de masas) son características constantes del continente, no hay razón, entonces, para pensar que la participación de la izquierda en los procesos electorales es algo transitorio, lo que indica una transformación significativa en su actuación política. La izquierda no siempre ganara, pero permanecerá como una fuerza competitiva por un largo tiempo. Su futuro dependerá de su habilidad para balancear las necesidades pragmáticas de moderación y el imperativo moral a perseguir estrategias que lleven a la disminución de la pobreza, la distribución y el desarrollo.
¿Significa esto que la conclusión que debemos extraer es que la izquierda se ha resignado a aceptar este arreglo social como el único sistema social posible, al abandonar cualquier intento real de reemplazar el régimen capitalista liberal existente? Hubo un tiempo en que podíamos entender claramente lo que Marx significaba cuando hablaba de reemplazar el régimen capitalista, porque lo hizo explicito tantas veces. Y lo mismo, Lenin y Trotsky. Pero hoy día ¿Qué significa la lucha por cambiar el capitalismo? ¿La imposición de la dictadura del proletariado? ¿La socialización de los medios de producción y la abolición de los mecanismos del mercado? ¿O se postula otro modelo social alternativo? ¿Y cual seria la estrategia política para lograrlo? Lo cierto es que no sabemos con claridad lo que la actual retórica revolucionaria propone. Sin empezar a responder estas cuestiones las posturas anticapitalistas son vacías y no significan absolutamente ninguna cosa. ¿O lo que realmente se tiene en mente, en cambio, es algo distinto a esto, como por ejemplo, el cambio del modelo económico neoliberal y la introducción de regulaciones estatales y control democrático de la economía para disminuir o evitar los peores efectos de la globalización? Si es esto último, entonces, de lo que estamos hablando es de algo diferente.
Nota: Los autores son escritores y docentes chilenos residentes en Ottawa.

Wednesday, February 13, 2008

Economía global: recesión o realineación

Por Manuel E. Yepe

"Aunque una recesión en el mundo desarrollado es ahora más o menos inevitable, China, India y ciertos países productores de petróleo se encuentran en posición de contrarrestar los efectos del fenómeno. De ahí que es menos probable que la actual crisis financiera sea causa de una recesión económica global y es probable que a lo que conduzca sea a una realineación global de la economía, con la declinación relativa de Estados Unidos y un alza de China y otros países del mundo en vías de desarrollo".
Lo anterior es el criterio del acaudalado especulador financiero húngaro-norteamericano y presidente de la Fundación Soros Management, George Soros, en un artículo aparecido en el diario londinense Financial Times el 22 de enero del 2008, con el título "La peor crisis del mercado en 60 años" ("The Worst Market Crisis in 60 Years").
Para Soros, la actual crisis financiera ha sido precipitada por la llamada burbuja inmobiliaria estadounidense. De cierta manera, recuerda las otras crisis que han ocurrido a intervalos que han sido de entre cuatro y diez años desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, pero existen profundas diferencias.
Las crisis periódicas forman parte de un proceso mayor de expansión crediticia con el dólar estadounidense como divisa internacional de reserva que duró 60 años y ha llegado a su fin.
Cada vez que la expansión del crédito se veía en problemas, las autoridades financieras intervenían inyectando liquidez o de otra forma estimulando la economía. Esto propició el surgimiento de un sistema asimétrico de incentivos, al tiempo que promovía una aún mayor expansión del crédito.
Las apariencias eran tales que la gente llegó a creer en lo que el presidente Ronald Reagan llamaba la "magia del mercado" y que Soros identifica como el "fundamentalismo de mercado". Los fundamentalistas aprecian que el mercado aporta una tendencia al equilibrio y por tal motivo sirve al interés común el hecho de que los participantes actúen en función del interés particular de cada uno.
Obviamente, se pasaba por alto que no era el mercado el que aportaba el "equilibrio" sino la intervención de las autoridades financieras para evitar los derrumbes.
No obstante, el fundamentalismo de mercado emergió como la ideología dominante y se globalizó de manera que a Estados Unidos le fue dable succionar los ahorros del resto del mundo, consumir más de lo que produce y cargar con su actual déficit de cuenta corriente.
Los mercados financieros estimulaban a los consumidores a endeudarse mediante instrumentos cada vez más sofisticados y términos más generosos.
Las autoridades apoyaban y respaldaban el proceso interviniendo cuando el sistema financiero global estaba en riesgo, pero las regulaciones oficiales eran cada vez menores hasta que llegaron prácticamente a desaparecer.
La expansión del crédito —dice Soros— fue tan formidable que escapó de las manos de las autoridades financieras que se vieron incapacitadas para calcular los riesgos y empezaron a dejar el asunto a cargo de los propios bancos.
Los bancos centrales se vieron obligados a inyectar cantidades de dinero sin precedentes y surgieron nuevos instrumentos de crédito y prácticas que han resultado inseguras e insostenibles.
Según Soros, lo mismo ocurrió en muchos otros eslabones del sistema crediticio hasta que fue el sistema financiero en su conjunto lo que estalló.
A la Reserva Federal de Estados Unidos, cuya intervención ante las amenazas de crisis ha devenido habitual, no le queda más camino que anunciar nuevas bajas de la tasa de interés para tratar de evitar que Estados Unidos entre en recesión, pero los principales analistas de mercado ya dan por descontada la crisis y ven como única solución, para atenuarla, impedir una brusca desaceleración en el ámbito mundial sobre la base de que China e India mantengan su nivel de demanda para evitar que disminuya abruptamente la actividad productiva y la recesión se generalice.
Entretanto, el Foro Económico Mundial que cada año reúne a las personalidades más ricas y poderosas del mundo, que sesionó en Davos, en los Alpes suizos, de enero 21 al 26 del 2008, depositó igualmente sus esperanzas de atenuar el desastre en esas dos enormes naciones y en otros mercados de países en desarrollo.
En ese encuentro, dominado por el temor a una recesión, o al menos a una seria desaceleración de la economía estadounidense que arrastre consigo a la economía mundial, se dio la paradoja de que allí donde los altos crecimientos de China e India eran vistos hasta muy recientemente como una amenaza para las economías occidentales, hoy se manifiesten las más serias preocupaciones por el peligro de que ellas se frenen a resultas de una recesión mundial.
El presidente de la empresa productora de equipos móviles de comunicaciones de China, Wang Jianzhou, participante en el evento de Davos, pronosticó que la economía de su país sería afectada por una recesión mundial, "pero no mucho", gracias a la expansión del consumo interno prevista, que integra junto a las exportaciones y las inversiones de capital los tres elementos clave del espectacular crecimiento chino.
Otra singular paradoja generada por los peligros de la recesión de la economía global se manifestó en la recomendación de la nueva titular del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss Kahn, a los países "con problemas", de que flexibilicen sus políticas fiscales para salir adelante.
Una institución que desde hace medio siglo viene imponiendo el criterio del superávit fiscal como un principio sine-qua-non, recomienda a los países desarrollados que estimulen su economía violando el equilibrio fiscal al margen de la política monetaria.
También contradictorio es que el endeudamiento externo de Estados Unidos sea financiado por Japón, China, Arabia Saudita, y otros países, no solo como sus grandes acreedores sino también como depositantes de sus enormes reservas monetarias en bancos de Wall Street, algo que les hace rehenes del dólar estadounidense.
En Davos, Condoleezza Rice, la canciller norteamericana, dijo que "la economía de Estados Unidos es resistente, su estructura es sólida, sus fundamentos económicos a largo plazo están sanos y que seguirá siendo motor del crecimiento económico mundial".
¿A qué futuro de la economía mundial apuesta usted: recesión, realineación o continuidad del injusto desorden globalizado?
Nota: El autor es abogado, economista y profesor del Instituto Superior de Relaciones Internacionales de la Habana.

Saturday, February 9, 2008

¿Cómo Identificar a un Verdadero Izquierdista Hoy en Chile?

por Hermes H. Benítez*

¿Es justificable seguir identificando al actual Partido Socialista chileno, y a la presidenta, militante de este mismo partido, como una organización y una persona “de izquierda? Esta es una pregunta no sólo perfectamente legítima, sino de gran importancia política en el Chile de hoy, luego de 17 años de dictadura militar, y de cuatro períodos de “democracia tutelada”(Portales), en los que el Partido Socialista ha participado y cogobernado; gobiernos que, en una importante medida, han conservado tanto el aparataje jurídico-constitucional, como el modelo económico establecido por la dictadura.
Por cierto, una respuesta medianamente satisfactoria a la pregunta formulada más arriba no puede darse, simplemente, a partir de un puro examen de estas realidades presentes o de la historia inmediata de nuestro país; sino que exige, previamente, ponerse de acuerdo respecto de ciertas definiciones básicas y criterios.
Como lo muestra David Caute en su instructivo libro titulado: “La Izquierda en Europa desde 1789”(1), las denominaciones izquierda y derecha se originaron en los tiempos de la Revolución Francesa, durante la cual los ‘radicales’, o revolucionarios, se sentaban al lado izquierdo de la Asamblea Legislativa (mirados desde el sillón de su presidente), mientras que los ‘conservadores’, es decir, los partidarios del absolutismo, lo hacían al lado derecho.
En cuanto a lo que aquí nos interesa, Caute argumenta convincentemente que la denominación ‘izquierdista’ tiene un carácter bastante elusivo, teóricamente problemático, además de históricamente cambiante. De allí que sea más difícil de lo que parece a primera vista, definir o identificar las ideas, valores y actitudes que caracterizarían a los individuos, organizaciones, o coaliciones políticas denominadas de izquierda.
A continuación Caute plantea y examina algunas creencias, valores y actitudes que parecen comunes a quienes dicen compartir y defender esta posición política, tales como: “la fe en la perfectibilidad humana”, “el racionalismo”, “el amor a la libertad”, “la tendencia igualitaria”, “la simpatía por el explotado y el oprimido”, “el antirracismo”, “el pacifismo”, “el anticlericalismo” y “el antiautoritarismo”. Como es manifiesto, estas actitudes o creencias no se encuentran siempre y necesariamente, en toda persona o partido identificado como de izquierda; e incluso algunas de ellas (el anticlericalismo, por ejemplo) no son hoy, en parte gracias a la Teología de la Liberación, en absoluto distintivas de esta posición política. Mientras que, por otro lado, el igualitarismo y el antiautoritarismo no son valores que históricamente le hayan importado, por ejemplo, al stalinismo, que uno no podría identificar sino como “de izquierda”.
Por no decir nada del “amor a la libertad”, sentimiento que, dependiendo como se defina y entienda, puede ser experimentado por individuos ubicados en cualquier lado del espectro político. Como escribe Marx en alguna parte, “nadie lucha contra la libertad en general, sino contra la libertad de otros”. Es decir, cualquiera se considera partidario de “la libertad”, incluso aquellos que en la práctica son sus peores enemigos.
El único valor que pareciera ser esencial a la posición característica de la izquierda es “la simpatía por el oprimido y el explotado”, siempre que ella no se limite a ser un puro sentimiento vacío, sino que se traduzca en acciones efectivas que hagan posible mejorar la situación material de aquellos, y en general a favorecer sus intereses.
Pero existe otra forma de identificar, de manera clara y categórica, aquello que sería distintivo, o característico, de los individuos, partidos o coaliciones de izquierda, a partir de su conformidad, o no conformidad, con ciertos “criterios”, que según sean o no satisfechos por el individuo, partido, o coalición en cuestión, permitirán reconocerles, o negarles, su condición de izquierda. Este procedimiento parece resolver por sí mismo el litigioso problema previo de ponerse de acuerdo en cuál o cuáles pudieras ser los requerimientos, necesarios o suficientes, que nos permitan ubicar a una persona u organización, en éste o en aquel otro lado del espectro político.
Pensando en el caso específico de Chile, pero aplicable a cualquier otro país, nos parece que podrían establecerse dos grandes criterios a partir de los cuales es posible calificar, identificar o definir hoy como de izquierda a una persona, a una organización, o a un grupo de organizaciones políticamente asociadas. Significativamente, estos criterios no se refieren a sentimientos, valores, o actitudes, a veces imposibles de establecer de una manera objetiva, sino a la posición de un individuo, o de una organización, u organizaciones, ante las dos realidades económicas fundamentales del país y del mundo de hoy. De allí que el primer criterio para calificar de izquierda hoy en Chile sería el de repudiar el neoliberalismo en cualquiera de sus formas internas, ideológicas o prácticas. El segundo criterio consistiría en el rechazo de las formas contemporáneas de penetración, control de las economías y relaciones de intercambio internacional, conocidas bajo el nombre genérico de globalización, definidas corrientemente como “el proceso de creciente integración de las distintas economías nacionales en un único mercado capitalista mundial”(2), tras el cual se ocultan las duras realidades de la superexplotación, desnacionalización y perdida de la soberanía que esta forzosa “integración” entraña para las naciones del Tercer Mundo.
Nos parece que no se necesita ser marxista para aceptar estos criterios, dada la centralidad de la base económica de las sociedades, lo que los hace enteramente inobjetables, además de perfectamente lógicos, puesto que no se puede estar objetivamente en favor de los intereses económicos y políticos de las grandes mayorías oprimidas y explotadas de nuestro país, si uno defiende, o se beneficia de cualquier modo, con el modelo económico neoliberal. De manera semejante, tampoco se puede estar a favor de los intereses de estas mayorías a escala mundial, si al mismo tiempo se está de acuerdo con la estrategia dominante de control, saqueo y desnacionalización de las economías nacionales por parte de las grandes metrópolis industriales del Norte.
Ahora bien, si medimos con estas dos varas la posición y conducta del Partido Socialista en el gobierno, y la de la propia presidenta, no cabe duda que no califican como de izquierda. El partido Socialista y la presidenta defienden el modelo económico neoliberal introducido en Chile a sangre y fuego por la dictadura; y simultáneamente son partidarios de la globalización en los términos más arriba definidos, por lo tanto ni aquel partido, ni Michelle Bachelet son, ni pueden ser adecuadamente definidos, como de izquierda. En realidad sería mucho más justo clasificarlos a ambos como centro-derechistas, porque esa es objetivamente la posición donde se ubican, y tal es, igualmente, la de sus aliados democristianos.
Apellidar social–demócrata al Partido Socialista actual, y a la presidenta, no nos ayuda mucho a comprender su verdadera posición, porque históricamente la social democracia ha adoptado posturas tanto de izquierda, de derecha como de centro. A menos que uno emplee la denominación ‘social-demócrata’, como sinónimo de: “de izquierda en las palabras, y de derecha en los hechos”, pero esto corresponde a un uso peyorativo y no simplemente descriptivo del lenguaje político.
Digamos, también, que no debiéramos llamar izquierda solamente a aquellos que aspiran a la transformación socialista de la sociedad. Esto equivale a utilizar un criterio demasiado restrictivo, que simplemente asimila izquierda y socialismo en un solo conjunto indiferenciado; además de que, al poner una vara demasiado alta, por así decirlo, hace que, por ejemplo, ni siquiera califiquen como de izquierda políticos de la talla de un Pedro Aguirre Cerda, lo que es patentemente absurdo.
Notas:
1. David Caute, THE LEFT IN EUROPE SINCE 1789, New York: McGraw-Hill, 1966, pág. 9.
2. Véase el término ‘Globalización’ en la Wikipedia

*El autor es escritor, profesor y Doctor en Filosofía; es, igualmente, miembro fundador del Latin American Research Institute.