Tuesday, September 18, 2007

"Un Postmodernismo Latinoamericano"

Nieves y Miro Fuenzalida*


“Un albañil cae de un techo

muere y ya no almuerza
¿Innovar, luego, el tropo,
la metáfora?” (Cesar Vallejo).

Visto solamente a partir del contraste, tan ricamente expresado por Vallejos, entre extravagancia teorética o estética y una concreta instancia de dolor humano, el postmodernismo latinoamericano aparece como un esquema interpretativo éticamente deficiente. A la luz de las desigualdades y miserias sufridas por el continente los refinamientos postmodernos son irrelevantes y, para muchos, su retórica ha sido hoy día capitalizada beneficiosamente por el “neo-liberalismo” para renovar su proyecto de hegemonía cultural, económica y política.

Para él filosofo argentino Arturo Annes Roig el postmodernismo es un discurso alienante porque invalida los mejores logros del pensamiento latinoamericano. Proclamar que la modernidad ha sido agotada significa sacrificar un arma poderosa que ha sido usada por todas las tendencias liberadoras en América Latina en sus narrativas críticas. La modernidad, si es cierto que contiene violencia, irracionalidad y opresión colonial, también abre la función crítica del pensamiento. La Filosofía de la sospecha (Nietzsche, Marx, Freud) nos revela que detrás de nuestra inmediata comprensión de un texto yace escondido otro nivel de significación cuya interpretación necesita ser medida por el criticismo. Es esta idea del desenmascaramiento lo que le da significado a la Filosofía latinoamericana que ha estado interesada en apuntar a los mecanismos ideológicos del "discurso opresivo". Renunciar a la Filosofía de la sospecha es renunciar a la denuncia y caer en la trampa del discurso justificante del poder hegemónico mundial. La orfandad epistemológica del postmodernismo desacredita toda utopía y su nihilismo significa renunciar a la participación en favor del "laissez faire" económico. Para Adolfo Sánchez Vázquez el pensamiento postmodernista se desprende de la noción misma de fundamento lo que inevitablemente lleva al fracaso de cualquier intento que le de legitimidad a un proyecto de transformación social. Al negar el potencial emancipador del modernismo descalifica la acción política y desplaza la atención hacia la esfera contemplativa de la estética. El anuncio de la "muerte del sujeto" y el "fin de la historia" libera al artista de la responsabilidad de la protesta dada a ellos por la estética moderna. La reivindicación de la fragmentación y eclecticismo elimina cualquier tipo de resistencia política

El filosofo cubano Pablo Guadarrama, a su vez, expresa que no tiene sentido hablar de la entrada latinoamericana a la postmodernidad mientras no completemos su proceso.La idea Habermasiana de la modernidad considerada como un proyecto incompleto encuentra simpatizantes en Latinoamérica y la demanda de ser postmodernista aparece como una exigencia vacía frente a la fragilidad de los paradigmas de la igualdad, fraternidad, secularización, humanismo y racionalismo.

¿Podemos mirar el postmodernismo solamente como una trampa ideológica en la que algunos intelectuales han caído al insistir en interpretar la realidad del subcontinente usando modelos ideológicos originados en otros lugares? Santiago Casto-Gómez intenta responder a esta cuestión afirmando que lo que hoy es difícil de negar es el hecho de que la llamada postmodernidad no es un fenómeno puramente ideológico o una conspiración conceptual elaborada por intelectuales nihilistas euro-norteamericanos. Con lo que nos encontramos, más bien, es con un cambio de sensibilidad al nivel de la vida mundial y su presencia la encontramos en toda la civilización occidental, incluyendo Latino América.

El acuerdo tácito de los actores que rechazan la participación en la discusión postmodernista se basa en la creencia de que entrar en ese debate es responder al extranjerismo de elites alienadas que tratan de seguir cualquier discusión internacional que este de moda y que todo ello es solo la expresión ideológica del capitalismo tardío en su fase de expansión global. La presuposición básica en esta argumentación es la de que la desigualdad económica entre la sociedad pos-industrial y la sociedad latinoamericana hace imposible, o a lo menos cuestionable, la transferencia de los contenidos críticos teóricos del postmodernismo de una a otra. Para Nelly Richard, filósofa chilena, este argumento permanece atrapado en las estructuras el pensamiento iluminista, en donde los procesos culturales se conciben subordinados a desarrollos socio políticos. Pero, si usamos las estructuras de análisis de acuerdo a la idea de que las esferas de la cultura y la sociedad se relacionan asimétricamente en un imbalance y contradicción dialéctica nunca resuelto, entonces, los requerimientos estructurales de las sociedades del primer mundo no tendrían que ser reproducidos en Latino América para encontrar en esta inscripciones culturales postmodernistas. Estas manifestaciones culturales han surgido en el subcontinente por diferentes razones y circunstancias a las observadas en las sociedades euro-norteamericanas y, principalmente, son el resultado de una diferente forma de experimentar el modernismo. No es una cuestión de imitar o transcribir un debate sobre la crisis de la modernidad en el mundo europeo, sino, de pensar acerca de la forma en que Latino América ha experimentado esa modernidad y su crisis, viviéndola en una forma distinta. La desconfianza de algunos intelectuales latinoamericanos hacia el debate postmodernista puede, en parte, explicarse doblemente por el trauma de la colonización que lleva a muchos de ellos a mirar con reticencia a todo lo que viene de “afuera” marcando una clara línea divisoria entre lo que es importado y lo que es nuestro, lo que es extranjero y lo que es nacional y al criticismo implícito en el discurso postmodernista de los ideales heroicos de la generación latinoamericana que proclama la fe en la revolución y el “hombre nuevo”. Debido a esto, en lugar de aprovechar la critica postmodernista de los sistemas dominantes de la modernidad reorientando su significado desde una perspectiva latino americana, un buen número de intelectuales considera esta crítica como una nueva ideología imperialista.

Quienes han respondido al debate postmodernista en Latino América se han centrado, principalmente, en el análisis e investigación de la ambigüedad con que el sub-continente ha vivido el modernismo. El argentino García Delgado se enfoca en la transición que Latino América ha venido experimentando, de una “cultura holistica” basada en la pertenencia y solidaridad de clase a una cultura “neoindividualista”basada en la tendencia global hacia la formación de identidades restringidas, caracterizadas por el proceso hacia la esfera privada o a pequeños grupos. La identificación con elementos nacionales se empieza a disolver frente a la cultura transnacional impulsada por los medios de información masiva. La perdida de certidumbres tradicionales es el resultado, entre otros factores, de la disolución de los antagonismos ideológicos. El enemigo común (conservadores, oligarcas, imperialistas o comunistas) fusionaba y le daba sentido a la política de masas. Con la desaparición de los bloques ideológicos claramente definidos se hace cada vez más difícil y compleja la ubicación del poder político. La integración social es desplazada a la ideología del mercado que le ofrece al individuo ser protagonista de su propia vida (el culto del cuerpo y el sexo, la adquisición de productos de moda, las recetas espirituales y religiosas, etc.) La despiadada brutalidad con que las dictaduras del cono Sur eliminaron o debilitaron las organizaciones políticas en las décadas de los 70 y 80 dieron paso a la desconfianza en la posibilidad de cambios sociales estructurales debido al alto costo social que su intento acarreó. La ausencia de alternativas políticas, el aumento de la pobreza y la corrupción de las elites políticas llevan a una cultura de la inmediatez en donde lo mas importante es la sobrevivencia diaria que es el único horizonte significativo (Roberto Follari). La sensibilidad pesimista que se extiende a través de Latino América a finales del siglo XX no viene de afuera, como algo importado por ciertos intelectuales. Surge, más bien, como el resultado de largos procesos históricos. Cinco siglos de retraso socioeconómico, dictaduras, autoritarismo político, desigualdad en todos los niveles de la vida cuotidiana, ausencia de proyectos políticos capaces de cambiar la situación y el fracaso de todos los partidos políticos de llevar a cabo las promesas de justicia social forman parte de la memoria colectiva que explica la indiferencia de una gran parte de la población hacia las promesas políticas de un mundo mejor. La búsqueda de la realidad personal en el ámbito privado es producto de la falta de confianza en las instituciones políticas y el escepticismo en la eficacia de toda participación en la esfera pública. Frente a las visiones utópicas y mesiánicas del futuro de la política heroica de la era revolucionaria hoy día se impone la “política de lo posible”. Frente al optimismo ideológico de los 60 que buscaba romper con el sistema, ahora las preferencias parecieran inclinarse a reformarlo desde dentro restableciendo la política como un espacio de negociaciones. El sociólogo chileno José Joaquín Brunner cree que el poder de los medios de comunicación ha dado forma, en Latino América, a una hiper-realidad de significados descontextualizados. En gran medida, el proceso de socialización se produce a través de criterios y guías de conductas transnacionales que producen un distanciamiento ambiguo hacia las propias tradiciones culturales. La cultura de masa promueve la disolución de las certidumbres que garantizaban la integración social dando formas a escenas complejas en donde los factores nacionales y transnacionales coexisten. Un factor que la teoría de la dependencia nunca consideró es la sistemática socialización llevada acabo por la escuela y que desplaza a la familia como su agente primario. La escuela trasmite una cosmovisión basada en la tradición humanista occidental y en el modelo científico de la comprensión de los fenómenos naturales. La cultura popular, entendida como el universo simbólico que transmite la herencia religiosa, moral y cognitiva del pueblo no puede resistir el avance del proceso educativo, la industria cultural y los medios de difusión masiva. Lo que de ella queda sobrevive como “folclore”, pero también moldeada por las imágenes y símbolos del mercado internacional.

El desencanto y el escepticismo en Latino América no son el producto de una supuesta deshumanización causada por el desarrollo científico y tecnológicos sino, más bien, por el fracaso de todo proyecto de transformación asociado con la cosmovisión iluminista. Es el desencanto con una cierta forma de entender la política y el ejercicio del poder y que lleva a la gente a buscar nuevas formas de entender y participar políticamente en la esfera social, como es el sustituir, por ejemplo, las relaciones verticales de poder político por conglomerados transversales si la postmodernidad es un “estado de la cultura”, como creen estos autores, entonces es posible decir que ella también tiene raíces en Latín América, aunque sus causas son diferentes a las que producen el mismo fenómeno en los países del Atlántico Norte. Desde el momento que presenta una profunda actitud de desconfianza frente a los proyectos de modernización tecno-burocráticos impulsados por las elites políticas y financieras de Latinoamérica no representan, necesariamente, al neoliberalismo o al despliegue de la “razón instrumental”.

¿La proclamación postmodernista del fin de las utopías de emancipación total debilita, realmente, el concepto latinoamericano de “justicia social”? Como dice Castro-Gómez, la dimensión utópica no está limitada sólo a las narrativas totalizantes de la modernidad. Otras formas utópicas existen que no enfatizan el consenso, la armonía, la homogeneidad, la ausencia total de injusticias y la reconciliación. Es la utopía de un mundo policéntrico y pluralista, en donde caminos alternativos y diferentes que llevan a la modernidad pueden existir paralelamente. El fin de las “utopías modernistas” no es el fin de toda dimensión utópica. Solo significa la re-descripción y re-interpretación de las viejas utopías de acuerdo a las necesidades de la sociedad latinoamericana contemporánea. Es sólo el anhelo de que con el paradigma de la heterogeneidad y diversidad corramos menos riesgo de repetir la tentación de transformar la razón en sin razón.


*Escritores y Docentes residentes de Ottawa