Monday, March 24, 2008

Te Perdono Porque No Pude Matarte

Por Manuel E. Yepe

La ética no es precisamente lo que rige la política en los Estados Unidos. Mucho menos su política exterior.
Casi medio siglo de rudo ensañamiento contra una pequeña nación vecina por haberse atrevido a ejercer la independencia y la soberanía que le corresponden según lo establecido por el derecho internacional, no parecen haber repercutido en la conciencia nacional estadounidense como una vergüenza.
En cada uno de los últimos quince años, la comunidad mundial representada en la Organización de Naciones Unidas ha condenado de manera prácticamente unánime el bloqueo económico impuesto oficialmente por la superpotencia a la Isla en febrero de 1962. Pero Washington no se ha dado por enterado.
Cuando las incontables privaciones provocadas por el bloqueo se incrementaron a causa de la disolución de la Unión Soviética y la comunidad de los países socialistas europeos, único grupo de naciones con capacidad y disposición de apoyar los esfuerzos cubanos por la supervivencia, Estados Unidos recrudeció el cerco, con más restricciones a los viajes, al envío de remesas y al comercio agrícola.
Ello dio lugar a la crisis de los 90, que los cubanos identifican como “período especial”, que no quebró la voluntad de resistir de la ciudadanía, pero exigió mayores sacrificios y mucho heroísmo.
Aunque en todo momento ha habido en los Estados Unidos personas con sensibilidad y talento suficientes para sobreponerse a la inclemente campaña mediática de demonización de la revolución cubana, sobre todo entre los intelectuales y la gente más humilde, se aprecia ahora que gana cuerpo en sectores más amplios la idea de un cambio en la política hostil hacia Cuba, ante la constatación de que “no hemos podido vencerlos.”
En un artículo con su firma aparecido en el Miami Herald el diez de marzo, la Embajadora Vicki Huddleston, quien fuera Jefa de la Oficina de Intereses de los Estados Unidos en Cuba durante los últimos meses del gobierno de William Clinton y el período inicial de la Administración de G. W. Bush, opina que si el gobierno de su país "pudiera tratar con Cuba - no como un asunto de política doméstica, sino como entre dos estados soberanos - entonces reanudaríamos relaciones diplomáticas oficiales con el intercambio de embajadores y comenzaríamos, nuevamente, a conversar sobre asuntos que afectan el bienestar y la seguridad de ambos países, es decir, migración, anti-narcóticos, salud y medio ambiente.”
“Mientras más nos tardemos, mas posibilidades habrá de que los nuevos líderes cubanos se las arreglen sin nosotros. Dentro de tres o cinco años, Cuba, con la ayuda de inversionistas externos, habrá explotado el petróleo en aguas profundas y el etanol de caña de azúcar, agregando billones a sus ingresos anuales, convirtiendo a la isla en exportador de energía”, concluye la señora Huddleston”.
Leo también que el senador demócrata Byron Dorgan anunció que impulsará medidas para liberar los viajes de estadounidenses a Cuba y facilitar el envío de medicinas y comida. “El embargo de 45 años no funcionó, el pueblo cubano merece libertad y creo que abrir esos mercados ayudará a que eso ocurra," agregó.
En los discursos de los principales aspirantes a la nominación como candidatos a la presidencia en las elecciones de noviembre, se aprecia que ninguno reconoce improcedente la política hostil a Cuba y los males ocasionados al pueblo de la isla en el último medio siglo. Ni siquiera los aspirantes por la “oposición” demócrata a la nominación se pronuncian contra los efectos más crueles de la política hostil promovidos durante la administración de George W. Bush, desde el año 2000. Apenas se quedan en la disposición o no de sentarse a conversar con Cuba, considerando que la política actual no ha dado buenos resultados para Estados Unidos.
Recientemente, 104 congresistas – cuatro de ellos senadores -pertenecientes a los dos partidos que componen el sistema político norteamericano, enviaron un documento a la Secretaria de Estado, Condoleezza Rice, en el que le proponen un cambio en la política hacia Cuba afirmando que han fracasado los esfuerzos por el aislamiento de la isla con un embargo económico que ya casi llega a medio siglo.
“Por cinco décadas, la política de EEUU ha probado sanciones económicas y aislamiento para forzar cambios en el gobierno de Cuba. Estos acontecimientos demuestran que esa política no ha funcionado” afirman los legisladores en su carta.
“Aliados y adversarios han rechazado nuestro enfoque y, por el contrario, trabajan directamente con el gobierno cubano en asuntos diplomáticos y ganan billones de dólares en inversiones económicas en la isla, lo que hace aún menos probable que nuestras sanciones obtengan los propósitos declarados”, se lamentan.
Deploran los congresistas que “…nuestra política nos deja sin influencia en estos críticos momentos, y esto no sirve a los intereses nacionales de los Estados Unidos ni a los del cubano común, supuestos beneficiarios de nuestra política.”
Concluyen que “una revisión completa de la política de EEUU se precisa claramente ahora. Esto enviaría una señal útil al pueblo cubano de que nosotros intentamos relacionarnos con su gobierno de una manera nueva y positiva, y también brindaría a la política de EEUU una nueva lectura en muchos otros lugares de la región.”
La opinión mundial debe agradecer a estas personalidades estadounidenses la valentía de nadar contra la corriente en el contexto oficial tan difícil de su país, pero también hay que lamentar que no haya entre los argumentos para un cambio de política siquiera una manifestación de vergüenza o arrepentimiento por los perjuicios humanos y materiales que han ocasionado a un pueblo que no ha hecho más que afirmar su soberanía y su derecho inalienable a la autodeterminación.
Hay que lamentar que no se mencionen como fundamento para la rectificación, las muertes, los sufrimientos y las frustraciones que han causado a un pueblo que ha hecho una revolución que debió haber sido incruenta y pacífica, para alcanzar la justicia social, el desarrollo económico y la identidad cultural plena.
Nota: El autor es abogado, economista y profesor del Instituto Superior de Relaciones Internacionales de la Habana.

Sunday, March 23, 2008

Estatua a Galileo en el Vaticano No Lo Rehabilita

Por Hermes H. Benítez*

En días pasados se ha hecho pública la noticia de que la Iglesia católica ha ordenado, para el próximo año, la instalación de una estatua de Galileo en los jardines vaticanos. En realidad, esto no merecería ni siquiera ser anunciado públicamente, si no fuera porque aquella institución tiene una larga y oscura historia de desencuentros con la ciencia moderna. Es conveniente reproducir en su totalidad el texto del comunicado oficial del Vaticano, porque allí se da expresión a la imagen que la Iglesia de hoy quiere proyectar en lo que a su actitud hacia Galileo y la ciencia se refiere. En realidad este comunicado es un verdadero compendio de falsedades e imposturas acerca de algunos de los puntos más litigiosos del tristemente célebre “Caso Galileo”. He aquí la noticia:
La imagen del científico condenado por la Inquisición y rehabilitado bajo el pontificado de Juan Pablo II será de mármol y de estatura natural. Se trata de un homenaje de la Academia Pontificia de las Ciencias. Una estatua de Galileo Galilei, el gran científico condenado por la Inquisición por sus teorías heliocéntricas y rehabilitado bajo el pontificado de Juan Pablo II, será erigida en los jardines del Vaticano el próximo año. El monumento será levantado, se confirmó este sábado en la Santa Sede, cerca de la Casina de Pío IV, sobre la colina que mira hacia la cúpula de San Pedro. Será una estatua de mármol, de estatura natural. Se trata de un proyecto impulsado por la Academia Pontificia de las Ciencias, para rendir homenaje a uno de sus miembros más prestigiosos. Galileo formaba parte de la “Academia de los Linces”, antepasado del actual organismo científico de la Santa Sede. “Será una nueva prueba de que la Iglesia no tiene nada en contra de la ciencia”, se comentó en los ambientes de la curia. Por el momento [solo] falta el dinero para llevarlo a cabo (1).
Desde su primera línea este comunicado contiene ya una falsedad, porque Galileo no fue nunca efectivamente rehabilitado por la Iglesia de Juan Pablo II, más allá de lo que se haya dicho y escrito en la prensa de la época. Si se examina con algún sentido crítico el documento oficial de la Iglesia en el que se expresaría aquella supuesta rehabilitación, el así llamado Informe Final de la Comisión Interdisciplinaria encargada de estudiar el caso Galileo (cerca de tres siglos y medio después de la condena de aquél), que fuera hecho público en El Vaticano el día 31 de octubre de 1992 por el cardenal Paul Poupard, se llega, indefectiblemente, a las siguientes conclusiones:
La Iglesia católica no llegó a revisar el proceso instruido por la Inquisición romana en contra del científico toscano en 1633, aunque desde el momento en que el Papa anunció que se constituiría la Comisión Interdisciplinaria se declaró que se tenía la intención de hacerlo. Tampoco llegó la Iglesia a disculparse formalmente ante el mundo por su conducta represiva y autoritaria hacia el gran físico y astrónomo, aunque todos quedaron convencidos de que, efectivamente, así lo había hecho. Galileo no fue rehabilitado, ni invalidada su condena; aunque gracias a la astucia de la Iglesia y a la falta de sentido crítico de la prensa occidental, en especial la del mundo católico, se nos hizo creer que así había ocurrido.
Todo lo que la Iglesia llegó a conceder en esta oportunidad fue un cualificado “reconocimiento formal de error”, consistente en declarar que los jueces de la Inquisición se equivocaron en 1623, al no haber sabido distinguir entre los dogmas de la fe y las afirmaciones de la cosmología geocéntrica (2). El comunicado nos informa que el monumento a Galileo será levantado cerca de la Casina de Pío IV, lugar donde se encuentra situado el Cuartel General de la “Academia Pontificia de las Ciencias”, en medio de los jardines vaticanos. Aparentemente se trataría de un proyecto impulsado por aquella institución, pero sin duda que con la anuencia del Papa Benedicto XVI. La frase siguiente también es engañosa, porque en realidad Galileo no fue nunca miembro de la “Academia Pontificia de las Ciencias”, sino de “La Accademia dei Lincei” (Academia de los Linces), fundada en 1603 por su amigo el Príncipe Federico Cesi (1585-1630). Al morir su fundador y patrono, la academia se disolverá. Más de dos siglos después (en 1847), Pío IX tomará el nombre de aquella, y aparecerá como refundándola bajo el nuevo nombre de “Academia Pontificia dei Nuovi Lincei”. Posteriormente, en 1936, ésta volverá a ser rebautizada por el Papa Pío XI, con la denominación actual de “Academia Pontificia de las Ciencias”.
En realidad la continuidad entre la academia científica creada por el Príncipe Cesi y estas últimas dos academias de clara inspiración católica es, por decir lo menos, sumamente discutible. Más aun cuando aquella academia se constituyó en oposición a la filosofía natural de Aristóteles y a la dogmática escolástica. Como lo indica el estudioso Antonio Beltrán Marí, la “Accademia dei Lincei” tuvo desde su fundación un carácter manifiestamente laico, y se creó como “una alternativa a la política cultural de los jesuitas, cuya normativa interna defendía explícitamente el criterio de autoridad y exigía fidelidad a la filosofía aristotélica“(3).
Pero al afirmar el comunicado que “La Academia Pontificia de las Ciencias” estaría “rindiendo homenaje a uno de sus miembros más prestigiosos”, esto es, a Galileo, se arroja un manto de confusión sobre las verdaderas relaciones entre el gran científico y la Iglesia católica en el siglo XVII, induciendo la idea de que éstas habrían sido fundamentalmente de armonía y no de conflicto. En realidad, de acuerdo con la Iglesia de hoy “el conflicto entre la ciencia y la fe fue un mito”, tal como lo declaró sin ruborizarse el propio cardenal Paul Poupard , en una entrevista que le concediera en 1993 al escritor norteamericano John Reston Jr.(4).
Por último, la frase final del comunicado oficial delata nítidamente la intención subyacente a todo este ejercicio de relaciones públicas: demostrar ante la faz del mundo que la Iglesia “no tiene nada en contra de la ciencia”. La pregunta que se plantea aquí por sí sola es obvia: ¿por qué la Iglesia católica quiere convencernos tan tardíamente de tal cosa?

Notas
1. Para el texto del comunicado oficial de la noticia , véase, en Internet, el Periódico electrónico Valores Religiosos, 12. 3. 2008.
2. Véase: Hermes H. Benítez, “El Mito de la rehabilitación de Galileo”, en “ENSAYOS SOBRE CIENCIA Y RELIGION. De Giordano Bruno a Charles Darwin”, Santiago, Bravo y Allende editores, 1999, pág. 102.
3. Antonio Beltrán Marí, “TALENTO Y PODER. Historia de las relaciones entre Galileo y la Iglesia católica”, Barcelona, Editorial Laetoli, 2006, pág. 137.
4. John Reston Jr., GALILEO. A LIFE, New York: HarperCollins Publishers, 1994, pág. 285
*El autor es escritor, profesor, Doctor en Filosofía y miembro fundador del Latin American Research Institute.

Sunday, March 9, 2008

Cuba-Canada Relations: A Model To Be Copied

By Manuel E. Yepe

Although it may not have been the purpose of the authors of a recently published book on Cuba-Canadian relations, it is a good example of what could have been and still can be ties between the United States and Cuba.
The book by Canadian professors John M. Kirk and Peter McKenna, “Seventy Years of Cuba-Canadian bilateral relations published by the Cuban publishing house, Editorial Ciencias Sociales, does not deal with this history as a panacea. It tells of happy moments with the same objectivity as when treating issues of tension and troubles.
Despite the fact that Canadian Prime Minister John Diefenbaker was very much an anti-communist, an ardent monarchist, and supported the British Commonwealth and NATO, comments by the Canadian ambassador in Washington, Charles Ritchie, in the days of the triumph of the Revolution when, already, the United States government was involved in actions to overthrow the new government, is defined by the authors as a summary of Ottawa's position at the time:
“We believe that what occurred in Cuba is a popular social revolution and is not a government inspired by Communist Russia … if something similar happened in Canada,… shouldn’t we consider it as only our business and would we not be offended by any interference? (…) we have always been against policies of economic strangulation.
Kirk and McKenna emphasized that the transcendence of the position taken by Diefenbaker should not be underestimated, considering the pressures applied by Washington on Mexico and Canada which were the only nations not breaking relations with Cuba during the early 1960s.
The book explains the strong pressures applied on Canada for its failure to officially support the position of the United States against Cuba. Its ambassador was repeatedly called by the State Department to express displeasure for that reason.
Arthur Schlesinger, Jr., advisor to President Kennedy, repeatedly asked the Canadian ambassador “with unrestrained sarcasm” if Ottawa had decided to place Castro on a par with Kennedy”.
All this, without forgetting that the Canadian government had clearly told the Cuban government that it was a firm ally of the United States, in spite of basic differences of opinion on the most appropriate manner to deal with the Cuban government.
When Lester Pearson, a close friend of Kennedy, occupied the Canadian government, there were dark signs over the future of Cuba-Canadian relations that had touched bottom shortly before the Missile Crisis in October of 1962.
But the book explains that what followed was merely a Canadian policy of inertia, and a decision to maintain the status quo in relations “afar”, but with no intention of overthrowing the revolutionary government of Cuba. What followed was “a pointed cooling off” policy which included disagreements with basic issues of US policy. According to the authors, Cuban diplomacy found that difficult to understand.
Then came the government of Pierre Trudeau in 1962, losing in 1972 and recovering power in 1974, only to lose it again in 1979 and again retaking it in 1980.
With Trudeau came a break in the stagnation of Cuban-Canadian relations and these reached their highest point in 1976 with his visit to the island. A unique personal friendship was established between the two “regardless of ideological and political differences”.
The book also analyses bilateral relations during the Brian Mulroney government, which was characterized by apathy and lack of care, not necessarily miserly but deliberate.
The authors describe the diplomatic and trade ties a “honeymoon” during the early part of the Chretien government whose policy of “constructive commitment” and “principled pragmatism” ended with a cooling-off because of the very different interpretations concerning the essence of human rights and historical reality of the two countries.
The book ends its analysis with the initial period of the Paul Martin government, which, by its conservative nature and obsession with improving ties with Washington, no one expected to act towards a strengthening of ties with Havana. Nevertheless, events demonstrate a traditional policy of reciprocal respect and mutual convenience.
Since it has nothing to do with a policy of collaboration with Cuba, acknowledging the difficult moments during a half-century by which a small and poor nation of the third world, has had to overcome enormous sacrifices, ravaged by the only economic, technological and military superpower which, to cap it off, is also for Canada, the closest neighbour.
Canada’s policy towards Cuba has been pragmatic and based on the reality of the country, expecting it to be similar in practice to Japan, Mexico and Chile, Kirk and McKenna believe.
It is not a “special” relationship but, at times, it seems so, simply because of the abnormal and strange one, which the United States maintains toward the island. As the authors affirm, the policy of Ottawa towards Cuba is no different than the one Canada has with many other countries – an issue that the strategy applied by Washington is counterproductive and mistaken.
Certainly, the mentality of “pending issues” related to the task of overthrowing the Cuban revolution during ten successive administrations is in contrast with the service towards world peace and the very interests of their nation regarding relations with Cuba during half a century of Canadian governments.
It is a model to be copied!
Note: Manuel E. Yepe is a lawyer, economist and professor of the International Relations Institute of Havana. The article was translated by Ana Portela and edited by Walter Lippmann.

Thursday, March 6, 2008

Roosevelt and Churchill

By Manuel E. Yepe
Edited by Walter Lippmann.
”Roosevelt’s freedom ideals live on to inspire, ironically, those now fighting American Imperialism.”
This is the conclusion of the official paper, Daily Observer, of Gambia in its issue of February 14, 2008. Gambia is a former British colony on the western coast of Africa. The paper reviews a book by the Pulitzer Prize winner in 1968 James MacGregor Burns, entitled “Roosevelt: The Soldier of Freedom". The book is based on the testimonial "How I Saw Him" by Elliot Roosevelt, third son of the former US president, and his wife Eleanor.
It is an idealized interpretation - favourable to Franklin Delano Roosevelt - of his differences with the British Prime Minister, Winston Churchill, that are a true view of the contradictions between the decadent British Empire and the rising imperialism of the United States.
Elliot reports that his father would say: "When you take all the wealth out of these countries, but never put anything back into them, things like education, decent standards of living, minimum health requirements- all you're doing is storing up the kind of trouble that leads to war”.
Referring to the Casablanca Conference in January of 1943, Roosevelt told Elliot: “I'm talking about another war. I'm talking about what will happen to our world, if after this war we allow millions of people to slide back into the same semi-slavery! Don't think for a moment, Elliott, that Americans would be dying in the Pacific tonight, if it hadn't been for the shortsighted greed of the French and the British and the Dutch. Shall we allow them to do it all, all over again?''
According to the book, on January 5, 1941 Roosevelt presented to Congress an economic letter on rights based on the following principles:
• Equality of opportunity for youth and for others
• Jobs for those who can work
• Security for those who need it
• The ending of special privilege for the few
• The preservation of civil liberties for all
• The enjoyment of the fruits of scientific progress in a wider and constantly rising standard of living.
According to the author, the first series of discrepancies between Churchill and Roosevelt occurred in August of 1941 during a meeting they held in Argentia, aboard the Terranova, before the entrance of the United States in the war.
There were heated discussions concerning the insistence of Roosevelt to assure that, at the end of the conflict, sovereignty be restored to nations under colonial control while Churchill insisted on maintaining the oppressive colonial system.
Churchill was literally forced by Roosevelt to sign the Atlantic Charter which expresses the principles of freedom and economic development needed to assure peace "after destruction of Nazi tyranny".
"Mr. President - Churchill told Roosevelt - I believe you intend to put an end to the British Empire. All your ideas on the post war world demonstrate it. But, in spite of it all, we know that you are our only hope. And you know that we know it. You know that without the United States, the Her Majesty's Empire cannot last."
Churchill, however, made a famous comment in answer to these considerations. It spread throughout the English colonial system regarding the Atlantic Charter article which guaranteed self-determination and the self-government of British colonies after the war: I was not designated Her Majesty's Prime Minister to preside over the liquidation of the empire."
A large part of the information quoted in the Gambian paper refers to Roosevelt's visit to British Gambia in 1943 to meet with Churchill in that nation's capital, Bathurst, today Banjul, capital of the Republic of The Gambia.
Roosevelt was strongly impressed, his son Elliot narrates; "It is the most horrible thing I have seen in my life. The natives have five hundred years of backwardness in comparison to us. Diseases are rampant. For every dollar that the British, who have been there for two hundred years, leave in Gambia they take away ten.
It's just plain exploitation of those people.''
According to his son, Roosevelt threatened the British with publicly exposing what they were doing in Gambia. He never failed to remind Churchill of what he had seen in Gambia and, years later, when he was victim of a terrible disease, he joked with Churchill that he was sick of "Gambian fever" acquired in "that hell hole of yours called Bathurst.”
At the Casablanca Summit of 1943, Roosevelt clearly announced what he proposed for the future. "When we win the war I will work with all my strength and effort to assure that the United States is not influenced to support or stimulate the colonial ambitions of France or the British Empire."
Several days later he told Elliot: I have tried to make Winston see – and all the others - that they should never believe that, because we are allies in victory, we will join up with the archaic medieval imperial ideas.
"Great Britain signed the Atlantic Charter. I expect they understand that the government of the United States intends to have it complied with," President Roosevelt said.
In December of 1944, before the Yalta Conference where he would meet with Roosevelt and Stalin to set plans for post war, Churchill made it known to his two counterparts that he would accept nothing that affected British sovereignty over its dominions or colonies. "Don't touch the British Empire is our dictum", he warned.
Franklin Delano Roosevelt died on April 12, 1945 and in a tragedy for humanity, the most brilliant potentialities for the post war era died with him when "little man" Harry Truman assumed the presidency of the United States.
All Roosevelt's plans to dismantle the British colonial empire as well as those of France, Holland and Belgium and his view of a new era of development that would arise with the end of colonialism instantly disappeared with his death.
And as history has shown, post-war United States became the new exploiting imperial power, promoting wars and destruction around the world to comply with the American corporate greed, the Gambian paper concludes.
Note:
Manuel E. Yepe is a lawyer, economist and professor of the International Relations Institute of Havana