Monday, April 28, 2008

Naomi Klein Habla de la Doctrina del Shock

Por Silvina Friera

La musa de la antiglobalización, que vendió más de un millón de ejemplares en todo el mundo con No logo, llama la atención de los hombres. En el hotel céntrico donde se aloja, no es una turista más; camina con la familiaridad de quien conoce el terreno que pisa, se siente “como en casa” en esta ciudad en la que vivió durante 2002. Elegante y cuidadosa de su imagen –para sus encuentros con la prensa contó con la ayuda de maquilladora y coiffeur–, Naomi Klein se toma con humor su regreso al país. Cuando llegó, el sábado pasado, la densa nube de humo que cubría la ciudad impidió que el avión aterrizara inmediatamente en Ezeiza. “Prefiero la otra Argentina, en la que había fuego por la política, y no ésta, que me sofocó de entrada con tanto humo”, bromea la periodista canadiense, que hoy a las 19.30 presentará en la Feria su último libro, La doctrina del shock (Paidós), que bien podría definirse como “la historia no oficial del libre mercado”. En este trabajo de investigación de más de 600 páginas, Klein demuestra cómo el capitalismo emplea constantemente la violencia y el terror contra el individuo y la sociedad.
Nieta de un sindicalista de la empresa Disney e hija de una pareja formada por una artista feminista y un objetor de la guerra de Vietnam que huyó a Canadá, seguidora entusiasta de Eduardo Galeano, John Berger y Susan Sontag, Klein no vino sola a la Argentina. Además de su marido, Avi Lewis, con quien realizó el documental La toma, sobre los obreros de Bruckman y Zanon, la acompaña el cineasta británico Michael Winterbottom, con quien filmará un documental sobre La doctrina del shock en Buenos Aires, donde encontró la materia prima de su último libro. “Acá tomé lecciones de historia simplemente caminando y hablando con amigos por las calles. Fue el período donde más aprendí en poco tiempo, fue una experiencia muy intensa, porque ellos cambiaron la forma en que veía el mundo”, recuerda la periodista en la entrevista con Página/12. Esos amigos –Marta Dillon, Claudia Acuña, Silvia Delfino y Sergio Ciancaglini, entre otros– le contaron de las sangrientas raíces del proyecto de la Escuela de Chicago, comandada por Milton Friedman, “el hombre de la libertad”, según The Wall Street, y compartieron sus propios recuerdos y tragedias personales con Klein.
Gran gurú del movimiento a favor del capitalismo de libre mercado, Friedman fue el responsable de crear “la hoja de ruta de la economía global, contemporánea e hipermóvil en la que hoy vivimos”, plantea Klein. Durante más de tres décadas, el economista de Chicago y sus poderosos seguidores esperaron a que se produjera una crisis de primer orden o estado de shock para vender al mejor postor los pedazos de la red estatal a los agentes privados. “Algunas personas almacenan latas y agua en caso de desastre o terremotos; los discípulos de Friedman almacenan un montón de ideas de libre mercado”, ironiza la autora. Friedman aprendió lo importante que era aprovechar una crisis o estado de shock a gran escala durante la década del setenta, cuando fue asesor del dictador chileno Augusto Pinochet.
Si las privatizaciones, la desregulación gubernamental y los recortes en el gasto social solían ser impopulares entre la gente, “con el establecimiento de acuerdos firmados y una parafernalia, oficial, al menos se sostenía el pretexto del consentimiento mutuo entre los gobiernos que negociaban, así como una ilusión de consenso entre los supuestos expertos”, ahora, el mismo programa ideológico “se imponía mediante las peores condiciones coercitivas posibles: la ocupación militar de una potencia extranjera después de una invasión o inmediatamente después de una catástrofe natural de gran magnitud”. Después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, “ya no tenían que preguntar al resto del mundo si deseaban la versión estadounidense del ‘libre mercado y la democracia’; ya podían imponerla mediante el poder militar y su doctrina de shock y conmoción”, afirma Klein. “La administración Bush aprovechó la oportunidad generada por el miedo a los ataques para lanzar la guerra contra el terror, pero también para garantizar el desarrollo de una industria exclusivamente dedicada a los beneficios, un nuevo sector en crecimiento que insufló renovadas fuerzas en la debilitada economía estadounidense.” Aunque Friedman declaró que su propuesta era liberar al mercado de la tenaza estatal, Klein advierte que las elites políticas y empresariales sencillamente se han fusionado, “intercambiando favores para garantizar su derecho a apropiarse, desde los campos petrolíferos de Rusia, pasando por las tierras colectivas chinas, hasta los contratos de reconstrucción otorgados para Irak”. La periodista canadiense repasa, en esta exhaustiva investigación, cómo en Chile, Irak, Sudáfrica, Argentina y China la tortura ha sido el socio silencioso de la cruzada por la libertad del mercado global.

Política y Economía

¿Por qué no es frecuente que se relacione, como usted hace en el libro, al neoliberalismo con la violencia y las torturas?
Creo que por muchas razones, pero la principal es que la historia la contaron los ganadores y, como toda historia de ganadores, está narrada de una manera “muy limpia” y triunfante. Si pensamos en Chile, teníamos a los Chicago Boys, que eran financiados por la fundación Ford. Cuando se los cuestionaba por las violaciones a los derechos humanos llevadas a cabo por Pinochet, ellos decían que eran técnicos, que no tenían nada que ver con esa situación. El principal financista de los grupos de derechos humanos en Chile también era la Fundación Ford, y estos grupos decían que sólo les interesaba que se respetara la ley, que no les interesaba ni la política ni la economía. La Fundación Ford trataba de asegurar que política y economía nunca se entrelazaran. No se relacionaba el neoliberalismo y la tortura de la tiranía por la especialización, abogados por un lado y economistas por el otro que sólo se ocupaban de sus disciplinas. Pero si leemos a Rodolfo Walsh o a Eduardo Galeano, nos encontramos con un análisis completo e integral de la situación.

El material del libro, sobre todo la parte en la que recuerda los experimentos de electroshocks en pacientes psiquiátricos financiados por la CIA en la década del 50, resulta bastante desesperanzador. ¿Encuentra alternativas?

Entiendo por qué el material del libro es un tanto deprimente cuando uno lo lee, incluso yo misma me deprimí un poco en algunas instancias (risas). Pero el libro expresa un acto prometedor. Justamente a partir de mi experiencia en la Argentina me di cuenta de la importancia de la memoria histórica para poder resistir y de alguna manera veo al libro como una contribución a la memoria colectiva. Hay una luz de esperanza porque cuando el neoliberalismo falla surge un nuevo espíritu que nos revela una alternativa. Una de las cosas que me hace tener esperanzas es que veo un cambio político en Estados Unidos; cada vez observo cómo más personas están resistiendo y levantándose contra el corporativismo. Y esto es muy nuevo, porque durante mucho tiempo de lo único que se hablaba era de Bush y de su incompetencia.

¿El contexto electoral norteamericano está vinculado con este cambio que percibe?

En realidad, la situación electoral lo único que hace es tirarnos hacia atrás. De alguna manera, los movimientos antiglobalización, las protestas de Seattle, que surgieron a fines de los ’90, marcaron un cambio a la hora de hablar del neoliberalismo y el corporativismo. La era Bush y la era del 11 de septiembre con la guerra del terror eclipsaron todas las otras cuestiones políticas, lo cual generó una gran pérdida de conciencia de la situación. Pero después se vivió una especie de coletazo contra Bush, no tanto en cuanto a su agenda política o económica, sino más hacia su persona. Pero por suerte estamos una vez más enfocados hacia la mecánica misma del poder. Hay dos millones de personas que están perdiendo sus hogares mientras el gobierno está preocupado por rescatar a Wall Street. Si uno se fija quiénes están financiando las campañas de Hillary Clinton y Obama, son el Citibank y JP Morgan. Es la primera vez en catorce años que los demócratas obtienen más dinero de los fabricantes de armas que los republicanos. Hillary Clinton ha obtenido más financiación de las compañías de defensa que la que obtuvo John McCain. Ni Clinton ni Obama están aprovechando este gran momento de radicalización que se está viviendo en la sociedad, ninguno tiene planes concretos para retirarse de Irak. Al contrario, quieren mantener la zona verde, que de alguna manera es una ocupación. Obama dijo la semana pasada que el pueblo norteamericano era amargo, que no tenía mucho sentido del humor, y en realidad tiene razón, porque la gente está cansada y furiosa.

En el libro se percibe una defensa importante de Keynes. ¿Una alternativa sería recuperar la figura de un Estado más fuerte que regule la economía?

No veo el libro sólo como una defensa del keynesianismo. Creo que es importante entender que el keynesianismo era una conciliación: el New Deal se logró por el masivo movimiento de los socialistas y de los sindicatos, pero no fue suficiente, no fue más allá. No me parece que plantee que la alternativa sea volver al keynesianismo. Estoy a favor de la descentralización, del cooperativismo; no estoy diciendo que volver al modelo keynesiano sea la gran solución.

Usted señala que los auténticos enemigos de la teoría de Friedman no eran los marxistas, sino los keynesianos norteamericanos, los socialdemócratas europeos y los desarrollistas de lo que entonces se llamaba Tercer Mundo. ¿Quiénes serían hoy los enemigos del neoliberalismo?

El socialismo democrático siempre ha sido el mayor peligro para el neoliberalismo. La atracción que genera la democracia con la combinación de una red de contención social siempre ha sido “la gran amenaza”. Después de que Allende fuera electo, Kissinger le dijo a Nixon que temía que el modelo chileno se propagara por el mundo. Creo que las tácticas de ayer y de hoy son las mismas, por ejemplo, la forma en que se demoniza a Hugo Chávez y Evo Morales. Lo mejor que le pasó a Chávez es haber perdido el referéndum porque ahora es mucho más difícil presentarlo como autoritario cuando aceptó y respetó el resultado. Cuando vemos que con la única figura con la que no se puede tratar en Irak es con Al Sadr, empezamos a comprender claramente cuál es la amenaza de Irak. Al Sadr es un nacionalista fundamentalista, los otros líderes son tan fundamentalistas como él en cuestiones de religión, pero la diferencia es que Al Sadr quiere tener el control de la economía de Irak. Nos enfrentamos a la misma lucha y la misma batalla que hemos tenido en los últimos treinta años y las mismas amenazas. Las figuras que no tienen respeto por la democracia son un don para los neoliberales.
Nota: Silvina Friera es periodista de la Revista Página 12.

Saturday, April 19, 2008

El Hambre Acecha

Por Manuel E. Yepe

En el mundo hay hoy 37 países en crisis alimentaria, según el último informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) sobre perspectivas de cosechas y situación alimentaria.
El número de países en crisis tiende a crecer y éstas a hacerse cada vez más agudas a causa de los incrementos en los precios internacionales de los cereales, los costos del transporte y los precios del petróleo que han venido a agudizar los efectos del crecimiento poblacional y el calentamiento global .
El incremento de los precios de los alimentos deriva de factores como el aumento del consumo interno en algunos países grandes productores de alimento, como China; afectaciones climatológicos sobre las cosechas en otros, y por el uso de mayores extensiones de tierra arable para producir combustible, en vez de alimentos.
Cuando se habla de incremento de los precios de los alimentos a escala mundial es preciso distinguir entre los efectos de este fenómeno en países subdesarrollados y en los desarrollados. Y, en todos los casos, entre los pobres y los ricos dentro de cada nación.
“La inflación de los precios alimentarios golpea más fuerte a los pobres, ya que el porcentaje que dedican a los alimentos en sus gastos totales es mucho mayor que en la población más rica”, señaló Henri Josserand, del Sistema Mundial de Información y Alerta de la FAO.
“Los alimentos –explicó el experto- representan entre un 10 y un 20 por ciento de los gastos de un consumidor en los países industrializados, pero constituyen hasta el 60 y el 80 por ciento en los países en desarrollo, muchos de los cuales son importadores netos de alimentos”.
Según previsiones de la FAO de mediados de abril de 2008, la factura por la importación de cereales de los países más pobres del mundo aumentará un 56 por ciento en 2008, respecto a la de 2007, tras haber crecido un 37 por ciento en 2007, respecto a 2006.
Debido al incremento de los precios internacionales de los cereales, los costos del transporte y los precios del petróleo, para los países de bajos ingresos y con déficit alimentario, la factura cerealera crece enormemente.
Los precios del arroz han sido los que más han crecido debido a las restricciones a la exportación por algunos de los principales países exportadores, como la India y Vietnam, en interés de sus crecientes demandas internas. Los precios del trigo y del arroz eran, a finales de marzo, casi el doble respecto los niveles del año anterior, mientras que el maíz había subido más de un tercio.

Una Iniciativa sobre la Subida de los Precios de los Alimentos (ISFP, por sus siglas en inglés) ha sido lanzada por la FAO para asistir a los países pobres afectados por el alza de precios mediante ayuda a los campesinos para aumentar la producción local de comestibles. Burkina Faso, Mauritania, Mozambique y Senegal han sido los primeros en recibir esta asistencia.
Los incrementos de los precios del pan, el arroz, los productos de maíz, la leche, el aceite, la soja y otros alimentos básicos se reproducen, a pesar de las restricciones gubernamentales a las exportaciones, los subsidios, la reducción de aranceles y el control de precios, tanto por parte de los países importadores como los exportadores para limitar el impacto de los precios internacionales en los mercados alimentarios nacionales.
El valor de rubros básicos como trigo, arroz y maíz se ha disparado, impulsando un alza total en los precios de los alimentos del 83%, en los últimos tres años, según el Banco Mundial.
En varios países esto ha dado lugar a protestas devenidas en disturbios, como en Egipto, Camerún, Costa de Marfil, Senegal, Burkina Faso, Etiopia, Indonesia, Madagascar, Filipinas y Haití. En la capital de esta última nación caribeña, se registraron cinco muertos. En Pakistán y Tailandia efectivos militares han tenido que movilizarse para evitar asaltos de almacenes y a tiendas de víveres.
Las reservas mundiales de cereales –siempre según fuentes de la FAO- caerán este año a su nivel más bajo en 25 años con 405 millones de toneladas menos que en 2007, un 5 por ciento (21 millones de toneladas) por debajo del nivel ya reducido del año anterior.
“Cualquier descenso importante (de las reservas) debido al clima desfavorable, en particular en los países exportadores, prolongará la actual situación de dificultades en el mercado, contribuyendo a más subidas de precios y exacerbando las dificultades económicas a las que ya se enfrentan en muchos países”, señala el estudio.
El encarecimiento de los alimentos a escala global podría acentuar las condiciones de pobreza de unos 100 millones de personas, según indicó el director del Banco Mundial (BM), Robert Zoellick.
La advertencia de Zoellick se produjo pocos días después de que el director del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss-Kahn, advirtió que cientos de miles de personas están en riesgo de inanición por el encarecimiento de los productos de consumo básico.
Durante la 30a Conferencia Regional de la FAO para América Latina y el Caribe que se realizó en Brasilia a mediados de abril, el Director General de la FAO, Jacques Diouf, publicó un articulo en el periódico Folha de Sao Paulo, en el que dice que “en el mundo hay 862 millones de personas que sufren hambre, de los cuales 52 millones viven en América Latina y el Caribe. Y ese número puede aumentar a causa del alza de los precios de los alimentos.”
Sin embargo, a continuación Diouf afirma que “el alza de los precios de los alimentos puede aumentar el hambre, pero también hay millones de pequeños agricultores que se pueden beneficiar de esta situación”.
Argumenta el Director General de la FAO que poco más de la mitad de los 36,1 millones de indigentes de la región viven en el campo y “si podemos ayudarlos a producir más y mejor, para consumo propio y venta en los mercados locales, se salvarán millones de personas del hambre y de la pobreza extrema”.
Me permito dudar que, en las condiciones del capitalismo, resulte posible burlar los efectos del mercado para consolidar, a nivel del campesinado pobre, los beneficios de los incrementos de precios.
Nota: El autor es abogado, economista y profesor del Instituto Superior de Relaciones Internacionales de la Habana.

Tuesday, April 15, 2008


El Pueblo Indígena y Sus Partidos

Por Nieves y Miro Fuenzalida

Un nuevo fenómeno empieza a surgir en América Latina. Un chispazo energético que reanima la política étnica y organiza las poblaciones indígenas, por primera vez en la historia del continente, en partidos políticos (Bolivia, Ecuador, Colombia, Nicaragua, Venezuela) que luchan por el viejo anhelo de ser reconocidos en el ámbito social y avanzar sus intereses permanentemente ignorados por el resto de los partidos. Su mera existencia contiene el potencial de exacerbar los conflictos étnicos o profundizar las prácticas democráticas y ampliar la representación del sistema partidario en países con una gran población indígena.
En las últimas décadas hemos visto, en diferentes partes del mundo, las consecuencias
desastrosas de la polarización étnica. Los dirigentes de partidos étnicos con frecuencia explotan humillaciones, prejuicios y resentimientos, desplazan a dirigentes mas moderados, deterioran las relaciones inter étnicas y causan conflictos que terminan en la destrucción mutua (Yugoslavia, África). América Latina ha podido escapar a este escenario porque las identidades étnicas que la caracterizan poseen una gran fluidez y ambigüedad. Según Raúl Madrid (“Indigenous Parties and Democracy in Latín América”, 2005) la ambivalencia típica de los mestizos, que constituyen el grupo mayoritario, ha contribuido a desdibujar la línea divisoria entre las diferentes categorías étnicas. Implícitamente aceptan sus raíces indígenas y celebran su legado cultural como parte de su propia herencia nacional. Pero, no se identifican a si mismos como indígenas y, con frecuencia, discriminan en contra de ellos. Quienes se han auto identificado como indígenas han cambiado esta noción a través del tiempo. En el siglo XX una gran parte de la población indígena, que vivía en los sectores rurales, se identificaba a si misma como campesinos y los que emigraban a la ciudad parcialmente abandonaban la identidad ancestral. Hoy día, en cambio, es posible notar un proceso de reindigenización. Una gran cantidad de individuos, incluso los que solo tienen descendencia parcial, empiezan a adoptar la etiqueta indígena, dependiendo, en gran parte, de las elecciones que se les ofrezcan.
En un ambiente en donde las identidades son tan fluidas los partidos indígenas se han visto obligados a adoptar una política pragmática e inclusivista para lograr algún éxito político. Dionisio Núñez, congresal boliviano de MAS, expresaba en el 2004… “somos un partido inclusivo y no exclusivo. No queremos ser excluidos y tampoco queremos excluir”.
La reciente movilización social y la incorporación legal y política del pueblo indígena al Estado en países donde constituyen una gran parte de la población significa un cambio de poder notable y un debilitamiento de las instituciones que tradicionalmente los han excluido. En Bolivia, Ecuador y Colombia los partidos indígenas han presentado candidatos no indígenas o formado alianzas electorales con otros partidos. En Bolivia y Ecuador MAS y Pachakutic han atraído partidarios del resto de la población y en Colombia los partidos indígenas han recibido mayor número de votos del electorado no indígena. No todos los partidos étnicos, sin embargo, han tratado de atraer apoyo fuera de su círculo. En Nicaragua (Yatama), en la región del Amazonas y en Venezuela se han concentrado, principalmente, en obtener el apoyo de su propio grupo, pero, evitan la retórica polarizante y no rechazan trabajar con otros partidos o con el gobierno. Los partidos que han expresado hostilidad al resto de la población no indígena no han recibido apoyo significativo en las elecciones, incluyendo aquellos que dicen representar (en Bolivia, por ejemplo, en el año 2002 el partido radical Indianista obtuvo sólo el 2% y el movimiento indígena Pachacuti el 6%)
Más que ningún otro grupo la población indígena de América Latina ha sufrido la discriminación económica y social a través de toda la historia del continente. Su influencia política ha sido mínima o no existente y los partidos tradicionales muy raramente han incorporado sus demandas o les han dado representación en sus filas. Los partidos de izquierda, por ejemplo, apoyaron las demandas socio económicas de los campesinos indígenas, pero, ignoraron la opresión cultural, limitaron a los políticos indígenas a candidaturas subordinadas y perpetuaron las mismas practicas racistas que los partidos conservadores.
Donna Lee Van Cott (“From Movements to Parties in Latin America: The Evolution of Ethnic Politics”, 2005) observa que en la década de los 80s con la ayuda de actores internacionales (Organizaciones de derechos humanos, ambientalistas, grupos religiosos) organizaciones indígenas empiezan a formarse en Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador y Venezuela y organizaciones regionales empiezan a operar en Chile, México, Nicaragua, Panamá y Perú proveyendo una plataforma para la interacción nacional e internacional en la promoción de políticas de desarrollo económico y de derechos humanos. El nacimiento de ellas no ha sido fácil. La población indígena contiene innumerables subgrupos (los Quechua en Ecuador están compuestos por 17 diferentes subgrupos y la región del amazonas contiene a lo menos 12 diferentes nacionalidades. En Colombia se distinguen 61 grupos que hablan 64 lenguajes). Estas diferencias lingüísticas y culturales someten a los movimientos indígenas a una constante tensión en la difícil tarea de construir una identidad indígena. En la década de los 90s la creciente madurez de las redes organizacionales le permite a los movimientos indígenas actuar como grupos de intereses y de protesta y, también, como participantes en el parlamento y en las oficinas de gobierno. El logro de reformas constitucionales a las que aspiran no siempre ha sido exitoso (Guatemala, 1999. México, 1996). En el 2000 un modelo constitucional regional y multicultural surge con cinco características claves. Reconocimiento de la existencia de los pueblos indígenas como entidades colectivas que precedieron el establecimiento de los estados nacionales. Reconocimiento de la ley tradicional indígena vinculada a la ley pública y limitada solo por los derechos humanos o constitucionales. Protección de los derechos de propiedad colectiva. Estatus oficial para las lenguas indígenas y acceso bilingüe a la educación.
Los países que se han comprometido o reconocido la mayoría de estos derechos son Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela. Los países con un reconocimiento moderado de algunos de estos derechos son Argentina, Bolivia, Brasil, Costa Rica, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Paraguay y Perú. Los que reconocen un mínimo o no reconocen ningún derecho indígena son Belice, Chile, El Salvador, Guyana y Surinam.
La lucha indígena ha revitalizado a una izquierda moribunda aportando contenido y legitimación a un discurso socialista estéril haciendo a la izquierda más atractiva a un mayor segmento de la población. Proporcionan un contra peso a la concentración del poder económico y político y desafían los modelos de democracia representativa prefiriendo modelos que tengan mayor atracción participatoria en los procesos de decisión y producción de políticas publicas (El movimiento Pachakutik en Ecuador, por ejemplo, a nivel de gobierno municipal). La presentación de un modelo alternativo es crucial en América Latina donde los partidos políticos han fracasado en la tarea de ligar las instituciones políticas con el electorado. El surgimiento de partidos indígenas, especialmente en Bolivia y Ecuador, le ha dado voz al pueblo indígena y ha colocado sus intereses en el debate político obligando a los partidos tradicionales a ponerles más atención. La participación electoral, sin embargo, continua siendo baja comparada con el resto de la población debido a barreras educacionales, lingüísticas, económicas o geográficas. Los países con gran población indígena (Bolivia, Ecuador, Guatemala, Perú) se caracterizan por una gran fragmentación del sistema partidario que complica la forma en que se gobierna y hace difícil establecer legislaciones y programas de largo alcance. Los partidos indígenas tienen la posibilidad de establecer sistemas partidarios más estables y coherentes. Pero, eso no significa que no haya diversidad entre ellos o que no estén libres de conflictos o divisiones internas que confrontan a sus dirigentes con el desafío de los activistas indígenas y otros miembros de la comunidad a desarrollar programas de cambios radicales en las políticas de gobierno, por un lado, y, por otro, con la presión de los incentivos electorales para moderar sus acciones y puntos de vista y formar alianzas con otros partidos para ganar una mayor influencia. Si se definen por acciones radicales lo más probable es que antagonicen parte de su electorado y marginalicen a los nuevos partidos indígenas del resto de la política nacional. Si hacen lo segundo, arriesgan no solo conceder demasiado, sino, alienar su propia base electoral y perder su razón de ser.
La incorporación formal del pueblo indígena al debate social que hoy toma lugar es un proceso difícil. Cuando los partidos indígenas ocupan el poder por algún tiempo producen desilusión y frustración haciéndolos perder apoyo debido a las limitaciones de recursos que les impide mejorar las condiciones de vida de sus comunidades y, a pesar de los avances logrados, las organizaciones, comunidades y partidos políticos indígenas todavía exhiben normas sexistas y tendencias que privilegian identidades e intereses colectivos por encima de los miembros individuales de la comunidad que puede colocarlos en conflicto con las prácticas liberales. Un número mínimo de mujeres ocupan posiciones de autoridad y cuando lo hacen pueden sufrir abuso físico e intimidación por parte de colegas masculinos. Los partidos indígenas en Bolivia, y en menor medida en Ecuador, han tenido mayores dificultades que los partidos mestizos en encontrar suficientes candidatas para cumplir con la cuota legal. Pero, cualquiera sean estas dificultades, el hecho es que ahora son participantes políticos permanentes, les guste o no a las elites tradicionales. Tal vez, en países con fuerte población indígena veremos un populismo multicultural (Ecuador, Bolivia). En países con una izquierda marxista fragmentada y una elite con orientación mercantil, en cambio, veremos un multiculturalismo neoliberal con ganancias extremadamente modestas en derechos políticos, económicos y culturales para la población indígena (México, Chile).
La dimensión de lo universal es fundamental en cualquier lucha en contra de la dominación y es condición necesaria para una noción de lo político. El multiculturalismo liberal, la ideología del capitalismo global, promueve una actitud de respeto y tolerancia a las diferentes identidades asignándole a cada grupo minoritario su propio lugar dentro del sistema al acomodar sus demandas en el orden capitalista. Las luchas y reivindicaciones particulares de la política de la identidad, si no desafían la estructura de dominación y opresión en forma significativa, corren el riesgo de quedarse en el callejón sin salida de lo meramente particular. La demanda de autonomía cultural, el derecho de las minorías o la igualdad económica necesitan tener referencia a una dimensión que vaya más allá de la defensa de intereses puramente particulares y específicos. Si la lucha social quiere producir un efecto político real tiene que articularse en relación con una base común o a un horizonte universal que cuestione el marco de relaciones económicas que origina, justamente, la opresión económica y el déficit democrático. Los partidos indígenas en Latinoamérica pueden ser un eslabón valioso en esta cadena de equivalencias en la lucha por la emancipación económica en un continente en donde la diferencia entre pobres y ricos es una de las mayores del mundo.
Nota: Los autores son escritores y docentes chilenos residentes en Ottawa.