Fidel Ganó la Batalla
Por Manuel E. Yepe
El desenlace de esta historia no ha podido ser más frustrante e inesperado para los enemigos del proceso revolucionario cubano; ni más prometedor para sus héroes: el pueblo de Cuba.
En realidad, la trama dramática fue creada por la maquinaria propagandística del imperio que pretendía imponer un final de su conveniencia para la épica insistencia de los cubanos por labrarse un presente soberano, justo y digno.
Pero, nada de finales apocalípticos augurados en forma de muerte violenta del líder, levantamientos militares o alzamientos armados.
Nada de rendición forzada mediante aislamiento diplomático, bloqueo económico, protestas callejeras, condena internacional o ruina financiera.
Se aferraron en los últimos tiempos a la muerte o invalidación del líder por causas naturales o accidentales como vía para lograr sus propósitos, cuando fracasaron dilapidando muchos millones de dólares con el financiamiento de disidentes; campañas difamatorias en todo el mundo; transmisiones contrarrevolucionarias por radio, televisión y otros medios; robo de talentos, y otras medidas que movían a indignación y a unidad popular más que a descontento.
Gastaron toneladas de papeles en planes para una imposible transición al capitalismo en los que, a cambio de gruesos pagos, se agenciaron las neuronas de muchos bien remunerados talentos -menores y mayores-, todos concientes de la inutilidad del empeño.
Mientras el imperio condicionaba cada vez más la ofensiva a cargo de sus órganos de inteligencia a los objetivos electorales del partido en el gobierno, el líder revolucionario cubano manejaba -no obstante sus limitaciones físicas-, el curso, el ritmo y el carácter de los acontecimientos con tal sabiduría que cada acción enemiga se revertía contra sus promotores.
El mensaje al pueblo cubano de Fidel Castro, en el que anuncia su decisión de no aspirar ni aceptar la renovación de sus funciones como Presidente del Consejo de Estado y Comandante en Jefe, ha significado la coronación exitosa de otra batalla de la revolución cubana contra sus enemigos, porque se logró imponer el orden constitucional cubano, el que el pueblo se ha dado por propia voluntad, sin sumisión a poderes extraños.
Por muchos meses, a partir de los graves problemas de salud que asaltaron a Fidel Castro, el imperio impuso una campaña mediática en torno a su reemplazo en el cargo de Jefe del Estado cubano, con especulaciones de todo tipo acerca de cómo podría y cómo debía ser la sucesión. Ignoraban deliberadamente que la revolución en Cuba hacía tiempo que había alcanzado niveles de institucionalidad y organización suficientes para resolver ese problema jurídico, no tan complejo técnicamente como grave desde el punto de vista de la seguridad de la nación.
Pero, ni siquiera fue necesario someter a la institucionalidad cubana a esta prueba, gracias a la conciencia de su papel en la revolución de que dio muestra Fidel, la disciplina con que asumió el proceso de recuperación y la identificación popular con su liderazgo.
Una vasta mayoría del pueblo cubano ha desarrollado una confianza tal en su líder revolucionario durante tanto tiempo que al conocer directamente de él que, con pleno dominio de su mente, tomaba la decisión de no continuar en el desempeño de su cargo, lo aprobó sin objeciones.
Muchas lágrimas han corrido por las mejillas de cubanas y cubanos al conocer de esta determinación de su máximo guía revolucionario, en quien aprecian al héroe de todas las victorias y honores que la nación ha alcanzado en el último medio siglo. Pero han aceptado esto como la mejor solución ¡porque lo dijo Fidel!
Los aires que se respiran en toda Cuba son de gran confianza en el futuro de la revolución porque el propio Fidel ha proporcionado seguridades de que el país cuenta con cuadros de dirección con la autoridad y la experiencia necesarias para garantizar el reemplazo, así como con la capacidad de seguir generando otros nuevos que garanticen la continuidad del proceso revolucionario.
Al gobierno de los Estados Unidos le ha preocupado mucho la continuidad de la revolución cubana desde que se avizoraba la derrota de la sangrienta tiranía de Batista que Washington respaldó hasta su derrocamiento el primero de enero de 1959.
Siempre Estados Unidos ha pretendido ignorar que el actual fenómeno político cubano forma parte de un proceso revolucionario iniciado a mediados del siglo XIX que hoy tiene al frente a Fidel Castro como antes tuvo a José Martí y a otros próceres. El Partido Comunista de Cuba es continuidad del Partido Revolucionario Cubano fundado por José Martí como organización aglutinadora de todos los cubanos para la lucha por la independencia de España y para evitar la absorción del país por los Estados Unidos.
Fidel continuará de cualquier manera al frente de la revolución, de la misma forma que lo ha estado José Martí en todo momento.
Fidel estará presente en la acción y la conducción de Raúl Castro, porque ellos son la misma persona, no por clonación, sino porque raíces revolucionarias y patrióticas comunes identifican sus proyecciones políticas e ideales y su ascendencia en el proceso revolucionario y popularidad derivan de sus méritos en la lucha, siempre en la primera línea de combate desde los tiempos del ataque al cuartel Moncada en 1953.
Fidel seguirá al mando porque son muchos miles los cuadros revolucionarios que no aceptarían la capitulación ni otra línea que la de la revolución consecuente hasta el final que él ha enseñado.
Fidel permanecerá en la proa de la revolución de todos los cubanos, porque ahora hay en Cuba un pueblo educado, culto, sano y patriótico, dispuesto a cultivar la unidad y la solidaridad en aras de mantener y defender la independencia, la identidad cultural y la justicia social logradas en el último medio siglo.
Cuando me preguntan qué cambios sobrevendrán en Cuba a partir de los que disponga la Asamblea Nacional el 24 de febrero de 2008, a la luz del reciente Mensaje de Fidel, respondo que espero: ¡Uno muy grande! Porque la revolución contará, desde entonces, con el intelecto del más destacado dirigente revolucionario de nuestros tiempos, liberado de responsabilidades operativas y de cargas administrativas, enteramente dedicado a servir a la causa con su talento prodigioso.
Nota: El autor es abogado, economista y profesor del Instituto Superior de Relaciones Internacionales de la Habana.
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